Y parece que julio aún no se ha enterado de que es otoño.
A veces, en días como hoy, me echo de menos.
Pienso en la desconocida que lee los textos de lo que fui. Que esta no soy yo, pero no soy nada más que esto.
Pienso que todo tiempo pasado fue mejor, y a veces hasta llego a creerlo.
Y sé que mis recuerdos son mentiras, para encubrir inviernos eternos,
pero no por eso echo menos de menos.
A veces me gustaría llorar porque dejé de creer un día en los dragones;
sin planteármelo, de pronto ya no estaban.
Me gustaría llorar porque no creo que nadie llegue a entender lo que se ve en el espejo cuando lo miro yo.
Pero no hay lágrimas, ya no. Sólo hay un deje amargo en el fondo de la boca, un eco que repite que algo hicimos mal, algo se perdió, algo se rompió.
Y seguimos avanzando, poco a poco, porque no se puede volver atrás, ya no.
Porque la chica que lloraba todas las noches los meses de frío no ha vuelto a asomar la cabeza desde hace un par de primaveras.
Aún la echo de menos, pero aquella chica volaba,
y un día se la tragó el sol.