Paso las noches leyendo.
Los días hablando.
Hablo mucho, por los codos, por las rodillas, por los ojos.
Construyo castillos en el aire,
entre las nubes y las zarzas.
Tengo el gen de la bruja
aquella que tenía unos ojos verdes,
y ya murió,
y decían que podía hechizarte con la mirada.
Trato de hechizar a esos niños
del asiento de delante,
en el vagón número ocho
de un tren que me lleva
al hogar vacío;
porque volamos y ella
y yo,
ya no vamos a ser nunca
como cuando yo era pequeña
y la quería de esa manera.
Y los niños,
los del vagón ocho,
que se ríen y se esconden,
crecerán.
Me pregunto dónde estaré yo.
Cuando el gen de la bruja
me lleve a donde llevó a la bruja primigenia,
¿seguirán los niños dejándose hechizar?
¿los nidos vaciándose de manera tan triste
que volver a casa
suponga no tener nada
más que un edificio ajeno
lleno de recuerdos?
¿Cuándo,
ella y yo
dejamos de querernos
y yo me llené de este dolor?
Si mi propia voz es el destino del tiempo.
amaiera
1 comentario:
Tu texto me atrapó a partir de la referencia de "ojos de hechicera". Pude imaginarme con las escasas líneas de tu poema (¿es tal?) una escena onírica, sombría y triste.
Muy buena la forma en que evocas el distanciamiento emocional.
Saludos ^^
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