Que he bombeado tantos amaneceres buenos que tengo miedo cada vez que pierdo uno. Miedo de moverme y romper algo. Miedo de ser feliz demasiado y demasiado rápido. Miedo de despertar un día, y que no sea real, y estar sola y tener que afrontar una vida después de esto.
Porque a veces siento que la voy a cagar, que el halo de ilusión que me rodea caerá un día junto con mis bragas, y nadie levantará ya nada que no sea el vuelo.
Es por eso que busco la trampa porque, joder, no quiero encontrarla. Porque soy consciente de qué soy, quién, y sé que alguien vendrá un día buscando mi sonrisa de vuelta: "fue un error de etiquetado, esto no te pertenece". Y se la llevará, dejándome como antes, como si no hubiese pasado todo un mundo entre mis labios. Pero sí habrá pasado.
Porque siempre he sido impulsiva en lo que a saltos de fe se refería. Pero si pasa el tiempo y no choco contra el suelo, ¿qué hago? Tengo miedo de mirar, por si me encuentro de cara con el asfalto y mi último pensamiento es un grito desde el centro de la tierra.
No sé si me explico. Son los putas carreteras, y la vida que no arranca, por más que pedalee, estoy encaramada a una mierda de bicicleta estática. Es como si todo hubiese golpeado tan rápido que yo, experta en dejar caer la espada, tuviese ya la armadura a los pies. Y la piel desnuda, azotada por el viento, se pregunta si seguirá siendo verano cuando llegue Octubre.
Necesito brazos por la noche. Y que me enseñen a no tener miedo.
1 comentario:
Lo difícil es dar el salto de fe. Una vez dado, cierra los ojos. A fin de cuentas, se trata de fe ¿no?
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