Que tomó malas decisiones por ser mejor.
Que encajó las balas sangrando en la retaguardia.
Que murió y siguió mandando cartas a casa.
Que buscó en las personas la fe,
para volver a latir de nuevo.
Y por salvar al mundo
perdió su vida, su nombre y voluntad.
Que se convirtió en un arma
de doble filo, herido.
Que curó con su aliento
hasta olvidar su voz.
Dicen que debió de sentirse muy solo.
Y más cuanta más gente había alrededor.
Que elevó muros gigantescos para proteger de sí
y quedó atrapado.
Se vistió de piedra, porque no arde,
cuando el interior acabó siendo ceniza.
Se arrancó el corazón, y solo hubo frío,
por calentar las manos a los hambrientos.
Y fue el silencioso asesino de sí mismo.
El obvio culpable de todos los pecados no cometidos.
La culpa aceptada, la imagen creada, perfecta sombra
para proyectar los enemigos a los que castigar.
Dicen que debió de sentirse muy solo.
Y yo
que vi, más allá de la piel y las palabras,
caigo en la cuenta ahora.
Pensando en todos aquellos que no ca(re)yeron
ni ca(re)erán,
en lo solo que debió sentirse
sangrando en silencio,
sonriente,
entre tanta gente.
Skjaldmö
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