Dame un beso.
Deshazme las trenzas y finge que es casual
tu hombro tan cerca,
para que yo apoye la cabeza.
Desnúdame para meterme en el agua
quítame el collar de perlas
y el escudo
y las palabras.
Píntame la piel con los labios
y cúrame las cicatrices
como si aún hubiese remedio.
Y yo a cambio dejaré que me roben
las piedras de la fortaleza
para no tener que vivir más escondida
y protegida
de cualquiera que venga a ponerme un espejo delante
una ofrenda.
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