y mucho que entrenar,
antes de descender
a sendos infiernos.
Y salimos,
uno detrás de otro,
de la mano,
sin mirar atrás, sin mirarnos siquiera,
por no matar, con las ganas,
el trabajo de la salvación ajena.
Y hubiésemos vivido
toda la vida ese ascenso,
separados,
si con ello quedase garantizado
la supervivencia del contrario.
Así de idiotas fuimos,
cada uno un salvado y un salvador,
Eurídice y Orfeo.
Y el miedo a girar la cabeza,
antes de tiempo,
y ver, con ello, desvanecerse la propia vida.
Teníamos miedo de vivir
y de ganar.
Teníamos más ganas de morir
a manos de(l) otro
que de tratar de darle nuestro pecho
por creerlo vacío
hueco.
***
Lo hicimos mal
solo para hacerlo mejor.
Rompimos el mito.
Nos quedamos atrás
solo para,
en lugar de juntarnos,
chocar y quedar
irremediablemente
enredados
incendiados.
Porque lo fácil hubiese sido
apostar bajo,
golpear suave
y quedarse con la anécdota
de un encuentro y despedida.
Porque lo fácil habría sido
seguir con el miedo
y la vida vacía,
pensando que no hay nada
más allá de las puertas del infierno.
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