en todas las flores que pueda encontrar,
avanzo hacia el agua, que ruge mi nombre
y mis pecados.
Como Ophelia, que creyó demasiado rápido
y amó demasiado fuerte,
soy la que muere en la historia
y a la que entierran entre lágrimas de alivio.
El componente que brilla por su ausencia.
Busco entre las cimas
la escalera de Jacob
por la que ascender en silencio
llorando
para soltar el pelo en lo más alto
y despedirme con la mano
y todos los besos que entren en mil suspiros.
Y, con las alas a la espalda
poder cuidar de todos
los que se pierden en el camino.
Soy el sacrificio,
la Andrómeda inicial,
que desnuda y temblando
sin ningún Perseo,
espera a ser devorada por el monstruo.
Isaac, la hija de Jefté
primogénitos modelos.
Las vírgenes que no mató el primer rey,
Ifigenia salvada (a veces).
Y al final
sin importar el destino,
quedará mi cuerpo hendido,
carne de sacrificio,
consumado o no.
El miedo rompiendo, al menos,
dos corazones
desgarrando el pecho.
El hogar abandonado
que me abandonó.
Y los ojos contentos,
la sonrisa leve
el pelo extendido sobre la arena.
La piel calentada por el sol.
El perdón
que solo puede concederse
uno mismo.
Hacerse estos agujeros
para poder respirar.
Redención en forma de entregar el cuerpo
y el alma,
por causas más nobles.
Sacrificarse
para poder limpiar la sangre de mis manos;
ser un poco mejor
el segundo antes del último aliento.
Quedamos los que puedan sonreír
en medio de la muerte,
en plena luz, en plena luz, en plena luz...
en plena luz, en plena luz, en plena luz...
1 comentario:
Eres tipo de escritora que deja pequeños los mejores versos de uno mismo. Increíble.
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