de la humanidad.
Las puertas del templo no atienden a los gritos del guerrero. No parece que nadie esté escuchando
al otro lado.
La sangre riega las piedras, sedientas
de historias.
Y el guerrero respira siguiendo el latido del agua,
palpitan las sienes,
rezuma la tierra.
El viento, suave,
enfría el sudor de su frente.
Se muere.
Sus gritos son un aullido
pero no de dolor o pena,
es rabia.
El sol calienta.
Las puertas del templo, cerradas,
ven correr hacia ellas un reguero rojo,
oscuro.
Susurra la seda al contacto con la piel,
ella se arrodilla
y la tela blanca se empapa y se vuelve pesada.
Le rodea la cintura y le ayuda a levantarse.
Cae su escudo y su lanza.
El paisaje se balancea y todo se vuelve negro.
Cuando despierta las puertas del templo, cerradas, guardan su interior del tiempo, las plagas
de la humanidad.
Las heridas son ahora cicatrices rosas.
La noche cae en un azul que hace que el mundo parezca sumergido.
No la ve a ella. Tampoco recuerda más que sus manos y el blanco teñido de rojo.
Su escudo y su lanza en el suelo.
Se levanta, sin ayuda, y camina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario