No soy la que fui
la niña que empezó aquí.
No soy los 10 inviernos que llevamos
bajo la sombra del almendro.
Ni soy la que persiguió amaneceres
con los tacones en la mano
y el alma hecha jirones.
No soy la que se perdió debajo del agua.
Ni la niña que no entendía la muerte.
No soy la chica que se arrodilló ante la luna,
ni la que quiso por no quererse ella.
Pero sí soy la que pone luces en las paredes
y se acuerda
de todas las que fue.
Soy la que guarda el corazón de todas ellas
las que (se) fueron
y las que serán.
Soy, hoy, el corazón sereno
de aquel dolor destructor.
La calma y la vida que pasa,
sobre los gritos y el éxtasis de la caída.
Sigo siendo tormenta en el pecho
pero ya no lloro por las noches.
Encontré esa paz
que da el tiempo y el calor.
Y, aunque sigo teniendo las manos frías,
soy, en esencia, las ausencias,
los recuerdos,
las acciones y emociones
de todas cuantas fui.
Nos vemos en el campo.