sábado, 30 de agosto de 2008

Gold

Amanece, que no es poco.
Llueve, y siempre demasiado, o demasiado poco. Nunca en su justa medida, porque algunos se ahogan, y a otros siempre les falta agua para limpiar sus pecados.
Llueve, y amanece. Un día más. Y la lluvia cae tintada de dorado, de ése color cuando el cielo clarea, pero en escala de grises, que siempre era más barato.
Porque prefiero acuarelas a óleos. Para poder pintar con lágrimas, pero nunca las mías. Para borrar los detalles y ocultarlos tras ésa manta de rocío que volvía las briznas de hierba multicolores, y las copas de los árboles cascadas en miniatura.
Comiendo sólo el chocolate de las galletas, para taponar las lágrimas a golpe de azúcares y telenovelas, que llenen el corazón poco a poco.
Para no llorar.
Para no llorar.

Y... a poder ser, nunca más.







La liberación de las endorfinas.
Y no, no es amor.












- Porque, al final resulta que un tío sólo busca no estar solo...
- Y que esperaba[mo]s?

viernes, 29 de agosto de 2008

SIN

Yo me declaro políglota de sentimientos. De ésas que unen las palabras al corazón a base de remiendos, para que cualquier aspirante a intérprete se pierda entre los hilos que envuelven una verdad poco flagrante.
Hoy... yo, me declaro. Hija de todos los pecados, recorriendo de la pereza a la lujuria, la gula de saber, la soberbia de las lágrimas, que se cobran caras, la envidia al espejo, que siempre refleja de espaldas, la ira al despertar sintiendo el frío mordiendo mis pies, y romper fotos, y tirar recuerdos. La avaricia. La avaricia de robar cada mirada, beso y abrazo que no le pertenezcan a nadie; la avaricia de poseer, sólo para mí, un instante.
Pecadora empedernida, sibarita de los placeres más infames... Como devorar una naturaleza muerta, y sentir palpitar la sangre en la manzana prohibida, en el pecado menos original después de tantos pecadores, de tantas faltas y tanto derroche.
Yo me declaro, sin pedir perdón por mis faltas, pues se aferran a mí los errores llenándome la boca del dulce sabor de lo vedado. Renunciando a un dios por adorar lo terrenal, renunciando a un dios por sentir la carne fundiéndose con la carne... renunciando a un dios por vivir lo poco que precede a la condena eterna.
No nos corresponde a nosotros hablar de la salvación ni de lo místico. No nos corresponde situar el cielo en un mapa. Hijos de la tierra, hijos de un acto de lujuria, de soberbia, de avaricia... hijos de los pecados, hijos de Lilith... hijos que ningún dios reclamaría para sí. Hijos de todo, de nada, amos y esclavos.
Yo me declaro.
Y no pido perdón.
Hoy no.


Pecadora, sibarita y mentirosa.

* * * * * * *
Sloth
Vanity
Lust
Wrath
Envy
Greed
Gluttony


- Todo a medias.

jueves, 28 de agosto de 2008

Historias en el subsuelo

Dirigí una mirada furtiva a su espalda, clavando en ella mis pupilas, y tirando; en un intento de hacer que se volviera.
A esa distancia se filtraba entre el humo y el alcohol el aroma de su pelo y cortaba el frío el calor que desprendía su cuerpo. Su voz, a mis espaldas, totalmente ajena a mí, murmuraba muy bajito aquella historia que ya me había aprendido de memoria: la de cómo se hizo aquella cicatriz que nacía de sus labios, queriendo escapar de la palabra.
Dejé caer mi brazo, de manera que nuestras manos se tocaran "de-forma-casual". Y entonces ella reaccionó, o la mitad de ella que controlaba su cuerpo de hombros para abajo; porque su voz continuó sin pausa narrando entre la música y las risas, y no obstante sus dedos buscaron el hueco entre los míos, para llenarlos en la clandestinidad de bajo-cintura, donde, en penumbra, las demás manos morían, envidiosas.
Permanecí fuera, con la expresión inmutable, dibujando medias sonrisas, para que nadie pudiese adivinar que por fin tu piel no era un misterio para mí.
Para que nadie pudiera presenciar una brecha en tu historia, por la que colarse hasta llegar a nosotros. Que nadie fuera o fuese capaz de saber que besaría tus labios bebiendo tus latidos hasta que el mundo dejara de girar, y sólo estuviésemos tú y yo.




***

-Por fin has llegado.
-... por fin.
- F I N.

"I can be free..."

martes, 26 de agosto de 2008

Del corazón a la palabra



Es increíble... todo lo que somos capaces de hacer, de recordar, de perdonar.
La fuerza y el poder que obtenemos por una causa, por una persona. Es asombrosa la constancia de la esperanza. Las esperas, las lágrimas. Es sobrehumano.
El ver cómo puede uno sacrificar su tiempo si es por creer que algún día unos brazos lo arroparán. Ver cómo se sonríe cuando no hay ganas, sólo por si esa persona nos dedica una mirada. La asombrosa capacidad de encontrar calor en la oscuridad, a solas, pensando en un nombre. El poder de estar sólo en el mundo cuando la verdad comienza a invadirnos.
Y la constancia con la que seguimos mirando una nuca, cuyos ojos observan otra nuca, que vigila a otra nuca... y todos mirando a quien no es. Y todos susurrando, muy bajito, un: mírame. O dos.
Porque todos hemos visto "La vida es bella". Y, aunque, "si no lo veo, no lo creo", no significa que verlo lo vaya a hacer más creible. Porque por eso se inventó el cine. Y yo he susurrado mucho. Y tu nuca sigue igual que siempre. Y seguirá.
Era el principio de la alquimia. Ésa que siempre prometía, y nunca daba.
"Para obtener algo hay que dar a cambio algo de igual valor".
Pero la alquimia era un arte prohibido. Y perdí todo mi tiempo y lágrimas pesándolos en gramos, para saber cuánta sal lleva un corazón, con cuanta levadura fermentan las caricias, cuantos minutos debe reposar un beso...

Ni príncipes, ni princesas, ni dragones, ni brujas...
estamos tú, yo y una reina de picas sin rey.

Toca mover ficha, pero tú no juegas.




***

- Canta para mí.


"El amor es recordar".
"Ya recuerdo yo por los dos".


Si te buscas, te encontrarás.
Pero debes de querer estar... ése es el secreto de mis mensajes en botellas.


Amo esta foto. Y AMAR es la palabra mágica de esta semana.

sábado, 23 de agosto de 2008

The last unicorn - Return

Cuando el reloj de pared, tras el último "tac", marcó las tres, el anciano cerró el libro, depositó sus gafas sobre la mesa y se recostó entre los mullidos cojines del sofá y las palabras de aquella novela policiaca que amenizaba su espera.
Poco a poco, antes de que se consumiera el último rescoldo agonizante de la chimenea, sus párpados se cerraron sumiendo el estudio en penunbra.


Nevaba, y para evitar el frío comenzó a pensar en lo que estaba haciendo.
Era difícil regresar; y más cuando se marcha con la intención de no regresar jamás al punto de partida. Cuando nos llevamos las cuatro cosas importantes que conservamos para no tener nada por lo que volver.
Y con eso, a veces toca retornar al punto de origen, del que, durante toda nuestra vida, hemos intentado borrar el recuerdo. Ella volvía para despedirse, esta vez sí-que-sí, de todo lo que había dejado atrás, sacrificando recuerdos por otros más nuevos, más brillantes. Y ahí estaban los de siempre, los de cuando tenía cuatro años, cinco, seis... Hasta que la vida le dio camino para correr, y huir, lejos, de todo, de todos, donde nadie la conociera.
Ésa era ella, entre miles de rostros de luto, una desconocida presentándole sus respetos a un padre desconocido. Uno que llevaba demasiado tiempo esperando. Sabiendo que no vendría.

Y es que, en cuanto dejas de buscar, encuentras.
Porque así es la búsqueda del unicornio.



***
Cantando hasta quedarme sin voz.
Abandonando la búsqueda del unicornio.

- ¿Qué dices?
- M? Hay cosas que sólo están permitidas decir una vez.
- Esta es una de ésas?
- Si me das otro abrazo igual me lo pienso.

viernes, 22 de agosto de 2008

El dolor del siglo XXI

La pantalla del ordenador parapadeaba de forma histérica ante mis ojos, projectando haces de esa luz eléctrica que sume el gris del metal en un incendio de destellos azules. El monitor mostraba un rostro de media osnrisa, mirando hacia la cámara.
Así eran los recuerdos del siglo XXI, así las fotografías. Y así eran tus recuerdos: más de la red que míos; más de nadie y de todos. Pero jamás tuyos.
Una a una, por última vez, las lágrimas se suicidaron navegando en una mirada, que como todas las demás, no iba dirigida a mí. Ni tus pensamientos, ni tus palabras. Nada.
La sala, entre espasmo y espasmo del fluorescente que pendía del techo, se inundaba de sombras que me envolvían en su capullo, como una armadura de oscuridad.
No había nada que proteger, nadie a quien añorar, ni siquiera una bolsita de esas que guardan odio.
Así eran las ausencias del siglo XXI, de esas gris metálico. De las peores del mundo.
En una sala, demasiado grande para un solo ordenador, demasiado fría para una sola persona, demasiado oscura para unos ojos cansados. Y el tacto del metal, supliendo tu piel, y el ruido constante del ventilador, en lugar de tu voz, cubriendo mis sollozos.
Así es el dolor del siglo XXI, ése que se siente dentro, cuando fuera llueve, y cala hondo con cada tic-tic del agua golpeando el cristal, mientras observo tu imagen ausente desde la pantalla.








***
Hay cosas imperdonables...
- Haré una lista de cosas por las que disculparse, y tú fingirás ser sincero.

Desvarios varios

Oh!, Angel de la luz, lucero de la mañana, aliento del amanecer. Tú, el favorito de un dios ausente; la sombra que en su luminosidad oscurece las demás llamas.
Tú, tú... que me prometiste traer cada nuevo día. Tú, que, entre todos los ángeles bajaste para colmarme de promesas, y decirme que jamás te irías, que esperarías toda mi vida junto a mí, aunque no fuese digna de la fe, ni tan siquiera del paganismo.
Y se ha ido tanta gente que no queda nadie a quien quejarse. Todo está tan vacío que no queda lugar en el mundo para huir, y refugiarse.

***
Esa mirada.
Desperté aún con la calidez de sus ojos entre las sábanas. La habitación estaba helada, y la ventana destilaba el frío de noviembre, gota a gota.
- ¿Qué jodida hora es? -pregunté al reloj, que respondió con un tic, y luego un tac.
Esa sensación de anhelo y necesidad de cariño y contacto físico me acompañó hasta la ducha, y me esperó en la puerta con el abrigo preparado.
Era esa presión en el pecho que provocaba paz y tristeza al mismo tiempo. Era el color gris del cielo.




- Que jodidamente bonita es la lluvia...
- ...aunque haga frío y la veas sola?

La lluvia es la lluvia

~~~
- Que tal, tía?
- Buaaaa bien :D
- Y eso?
- Redescubriendo la ausencia de mis problemas.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Puta

Me ahogas, puta, no sabes de qué manera. Hasta el punto de hacerme correr hasta la puerta de tu maldita casa, sólo por si acaso se te ocurre asomarte y verme, esperando ser visto; como cada noche. Hasta el límite de convertirme en tu esclavo, ése que lo disculpa todo, que TE lo disculpa todo. Y es que no es fácil seguirte hasta el infierno, y caer, pero sin ti, por ti.
No es fácil que no me mires, y me recuerdes que no estás hecha para amar [de nuevo], que no sabes de mí. No es fácil.
Por eso me ahogas, porque hasta ahora yo jamás había llorado, y mucho menos besado el asfalto, que sabe a orgasmo si lo has pisado tú antes. 
Y ahora, por tu culpa, por tu puta culpa -que todo en ti es puta-, tengo la lengua llena de gravilla, arena en los ojos y barro en la nariz. 
Sirena, cantando desde lo alto de tu isla, para atraer a algún marinero de esos que quieren echarte un polvo, y provocar su naufragio, ahogarlo en las rocas, tan cerca de tus labios.
Pero calculaste mal, sirena, y ahora nadie puede alcanzarte; nadie puede rescatarte.
Tan cerca de tocarte, comienza a hacer aguas mi balsa. Y tú...
...me ahogas, puta.


"Si la suerte me abandona y ves que estoy un poco triste es que tú eres una zorra y un buitre no come alpiste"

***

- Vamos, déjame quererte esta noche...
- Que no!
- Y mañana?
- Tampoco!

[P.U.T.A]

martes, 19 de agosto de 2008

Destiny

Las mañanas guardaban silencio. Esa en concreto.
La luz dorada flotaba suspensa en el ambiente, sesgada por las polvorientas persianas que dejaban filtrar aquella densa masa de rayos de sol y corpúsculos de sudor, sólo a medias.
El frío despertar de los amaneceres invernales había quedado interrumpido por aquella pausa en la tormenta; como la tranquilidad del ojo del huracán. "El sueño del vendaval", así denominaban a esa sensación de tregua temporal en las tribus del oeste: las más antiguas de todas, aquéllas que guardan testimonio de todo cuanto ha sucedido y sucede en nuestro mundo.
- El sueño del vendaval -susurré, degustando cada palabra, mientras observaba su nívea piel, su nariz recta y perfecta coronada por unas largas pestañas oscuras, tan negras que absorben toda la luz dorada que inunda la sala.
El sueño del vendaval.
Me levanté con el más ruidoso crujir de sábanas, tratando de no emitir sonido alguno que pudiera despertarle. Enfundándome en el mismo vestido oliva, cortesía del mismísimo diablo, le dije adiós, estudiando su figura serena, descansando, mecido por la leve brisa del vendaval, en la que él mismo, en su inconsciencia, dormía. Pronto levantaría el viento y despertaría la tormenta, por segunda vez, arrastrándome con ella.
Deseé despedirme de aquellos labios tibios con un beso. Y sentir algo de su calor en mi aliento muerto, devolviéndome esa vida que jamás había poseído.
Él, su dolor, su victoria, su alegría. Todo él, el único capaz de liberarme de mi maldición, capaz de arrebatarme la libertad.
Una última noche en la que no permití despedida alguna, en la que no permití que Solommon leyera en mí. Pues el destino estaba escrito desde antes de poder comprenderlo siquiera. Y así lo aceptaba yo.
Muerte.



***

- Esta noche toca algo bonito.
- ¿Como qué?
- No lo sé, como... música de piano, y un beso.

lunes, 18 de agosto de 2008

KIDS


Al final, encontrando caminos alternativos a todos los planes B, acabé gastando todo el abecedario.
Viendo películas de terror sola, y tapándome los ojos en las mejores escenas, perdí todo el hilo de la historia.
Tras tanto tiempo jurando y perjurando mi corazón, me olvidé de a quién amar, y del dolor.
Porque son los caramelos que me daba mi hermana los que curan todos los males, y no el ibuprofeno, el prozac o la aspirina.
Porque los peluches recogen mi calor y lo guardan, para cuando me haga falta. Para que venga a mí con la ilusión con la que descubrimos bajo una baldosa suelta el tesoro que guardamos con nueve años. Como cuando desenterramos promesas que rompimos con la inocencia con la que las hicimos, cuando éramos niños.
Como niños. Jugando a ser adultos. Tanto tantísimo que olvidamos que aún podíamos curarnos a base de dulces y gritar muy alto, por la noche, cuando acuden las pesadillas. 
Recordar que nunca está de más mirar debajo de la cama y nunca es tarde para saltar en los charcos y volver mojada a casa.
Sonreír a los desconocidos, y encogerse de hombros al menos tres veces al día.
Así es como olvidé ser.
Así, como nunca lloraba. Nunca.
Y... ahora... hace cuanto lloré por primera vez? Tanto he envejecido que voy perdiendo mi memoria... mi memoria de niña... Para pasar a ser esto que toca, esto que exigen.
Algo nuevo. Lleno de promesas de libertad. Libertad y lágrimas.

···

- Y wanna love like KIDS.
- KIDS can't love, you know.
- Exactly... :)

domingo, 17 de agosto de 2008

Colores incongruentes

"Bajo el agua veo peces de colores,
van donde quieren.
No los mandas tú.
No los mandas tú."
















Los peces no tienen sentimientos.
Los peces no se enamoran.














Pero las libélulas tampoco.













A pesar de adoptar forma de corazón en el coito.





Robando humanidad.
Libélulas mentirosas y peces de colores incongruentes.
En los estanques.



***
- ¿Qué es eso?
- Es un goldfish.
- Pues yo lo veo naranja.
- Eso es porque no sabes mirarlo.


sábado, 16 de agosto de 2008

Filosofía Canina

"- El chucho me ha mordido".
                                               













Muerto el perro, se acabó la rabia...





















excepto cuando no hay perro que matar.
Filosofía Canina.




***
- No puedes hacerlo.
- ¿Por qué no?
- Primero porque matar es ilegal. Segundo porque el perro no está enfermo.
- Minucias.

viernes, 15 de agosto de 2008

















Comienzo a sospechar...





















sospechas habituales.
Las de siempre.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Una de Sabios

El sentido de la existencia se sirve al gusto. Con una guarnición de mentiras, recuerdos y promesas e inmaterialidades. Una guarnición de ésas que tan de moda están últimamente.
Y es que el hombre de a pie es ahora un sabio, de esos que hablan de guerras y de hambre, de política y sentimientos como si fueran los temas que le mostrarán al resto del mundo que tú eres diferente. Y no sientes calor cuando una niña con aires de prostituta, de esas que mueren jóvenes y siguen caminando toda la vida, se agacha a recoger algo que, casualmente se ha caído mientras tú pasabas por allí; y su falda, siempre demasiado corta, deja ver más de lo políticamente correcto. Que tú sonríes, pero jamás te ríes, porque el dolor te acompaña, porque, amigo, la vida es dura, y eso, sólo un sabio lo sabe. Uno de ésos que puede encontrar su desgracia debajo de las piedras. Que un sabio sin desgracia es como un hada sin varita.
Diferente. Es eso lo que cuenta.
Fingir un pudor del que carecemos. Negar nuestros errores hasta que olvidemos cómo hablar. Aprender por aprender, amar por amar, sentir por sentir. Porque es lo que toca si queremos ser de esa gente especial que florece en cada esquina, a puñados, sintiéndose únicos. 
Y después no toca ser diferente, toca volar y elevarse sobre todas las demás cabezas diferentes.
Y, entonces, no se folla, se hace el amor. Y a la mujer se la ama, al hombre se le respeta y al hijo se le quiere, se le educa, para que sea diferente, y destaque, como sus progenitores. Para que sea un jodido sabio, ignorante de tanto que creyó saber. Olvidando nuestros orígenes. Olvidando la intuición y los sueños. Olvidando mirar a la luna y rezar a las estrellas fugaces. Porque, señores, hoy en día no hay tiempo para eso.
Y los sabios, son sepultados por cemento. El cemento de las prisas que nos mete la muerte para lograr ser algo antes de que llegue nuestra hora del olvido.




- Pero yo he robado todos los cuentos.
Y esta vez tú no tienes voz... ni voto.

"Una de Sabios, así, con mayúsculas"

martes, 12 de agosto de 2008

Cuentos a-medio-acabar



- Me gusta contar las palabras y hacerlas bailar para ti -susurré dejando que, causalmente, mis labios rozaran tu oreja, erizándote el pelo de la nuca y haciendo temblar tu nariz.
Luego reí en voz baja, burlándome de tu desconcierto ante esas palabras que a menudo solía meditar. 
Te confié un secreto -cientos de hecho-, sabiendo que tú los guardarías mejor que nadie, desconociendo la relevancia de éstos. Porque, tras tantos años intuyéndonos, que no conociéndonos, escribíamos historias que siempre quedaban pendientes en la página 23, entre el nudo y un punto y aparte. 
Y es que yo te enseñé a escribir, y tú que los personajes podían ser algo más que buenos o malos. Existiendo también aquel estado en el que nos incluías a ambos, el de: soy bueno con la gente que quiero, soy bueno cuando la luna no sale llena. 

Tú no sabías leerme, y yo era de ésas que adiestran palabras, para que salten y den volteretas, hasta que el amor se convierte en Roma y tú busques mis ojos en un mapa de Europa. Pero nuestras frases memorables, eso sí, debían acabar en par; el impar lo guardabas cada noche en el bolsillo izquierdo de tus vaqueros, por si te hacía falta para cuando yo ya no estuviera.
Porque, cuando robabas palabras, el "esta noche me quedo" se convertía en negación ante uno de tus "no". De esos que SIEMPRE te sobraban, porque yo decidí no usarlos.
Que yo te juré no irme nunca, y tú que me olvidarías si me marchaba.

Contábamos las palabras haciendo acopio de manos y pies, hasta que entre los dos perdíamos la cuenta y, entonces, primero tú y después yo, nos dormíamos, con la cabeza hecha un lío de números, en el que el orden terminó afectando el resultado, porque a mí nunca se me dio bien restar. Y desde el principio fue un poco tarde para aprender de nuevo. Aprender que silbar te daba hambre, porque el aire se comía las reservas de lágrimas. Aprender que en las promesas "nunca" o "jamás" era demasiado tiempo. Y que tú las cumplías mejor que yo, ganando siempre la última disputa, la que sí-que-sí, la definitiva.

Guiñándote un ojo te dejé todos nuestros cuentos a-medio-acabar para mí, a-medio-empezar para ti; con la esperanza de que cumplieras tu primera y última promesa. Ésa que nos hicimos a la vez y yo no había sido capaz de cumplir.
Esperando, como cada domingo, más de ti que de mí. Porque durante cuatro otoños confié más en tus manos que en el amanecer, y olvidé rezar a la luna, perdida entre tu pelo. Y siempre supe que tú podías y debías más que yo. Aunque no pensaras igual.
"Así es el amor" pensabas.
"Roma le es así" te corregía yo.
Me pregunto cómo quedaría la frase al final, cuando, entre lágrimas y pensamientos -los últimos que me dedicarías, de eso estoy segura- reconstruyeras todas nuestras conversaciones, otorgándoles tristes finales a nuestras historias, volviendo a la creación de personajes BUENOS y MALOS.

Y tú aún convenciéndote de que lo nuestro no fue lo que ambos decretamos que fuera.

- Amor: él no es así.

Impar. Vuelve a no ganar nadie. 


___

- Cómo se ven las estrellas fugaces?
- Es muy simple, consiste en mirar hasta que se empiecen a suicidar los astros...
- Mira! La has visto?
- No, pero es igual, te regalo mis deseos.


lunes, 11 de agosto de 2008

Misión divina


Con cada embestida recordaba su misión
La de salvar al mundo. Calentar el aliento de los seres humanos perdidos. Calentar cada centímetro de piel de los desesperados.
Su labor divina.
Con cada jadeo susurraba, muy bajito, que eso lograría rescatar del borde del abismo a cada par de ojos que, desorbitados, perdidos, temblando, la observaban; a veces con deseo, a veces con rabia y furia, a veces con miedo. A veces ni la miraban, para no descubrirse a sí mismos en el fondo de sus ojos de color almendra.

Y el cabecero de la cama golpeaba rítmicamente la pared, creando una disonante melodía que acompañaba la oración silenciosa que ella rezaba en pos de aquellas almas, por su salvación.

Algunos, antes de que el sol asomara, para no ser descubiertos saliendo de aquel antro, lanzaban un par de billetes sobre el lecho, aún tibio, y huían entre las sombras, desconociendo la mano de dios entre los muslos de aquella ramera que como único precio ansiaba un milagro, o tal vez cientos de ellos.
En cada espalda, un milagro.

El dinero, como las noches de sexo o los amargos despertares, tampoco duraba demasiado. Lo que no invertía en obras de caridad en las que hasta el pastor de la mejor iglesia estaba corrupto, lo empleaba para malvivir en aquel cuchitril en el que, cada día, se derrumbaba por algún sitio nuevo, llegando a desplomarse paredes de cuya existencia ni siquiera tenía constancia.

Aquella mañana en concreto la luz se filtraba a través de las viejas persianas de madera podrida, dejando una estela de polvo buceando en el aire viciado del dormitorio.
El aroma salino del sudor impregnando las sábanas aún flotaba en el ambiente, besando en los labios al crucifijo que pendía, algo inclinado hacia la izquierda, de la pared.
Lentamente abrió un ojo. Jesús la miraba, con aquella media sonrisa de aprobación, que tantas fuerzas le daba. Fuerzas para acoger más almas perdidas, y purificarlas como sólo ella sabía.

En ocasiones su fe flaqueaba y se preguntaba dónde estaría Dios, porque no acudía en su ayuda, o cuándo iría a sacarla de allí, a dar por finalizada su misión. Pero en seguida pasaba volando una paloma blanca, o el crucifijo le guiñaba un ojo, o el viento agitaba las cortinas; y entonces sabía que la respuesta para todo aquello era: "pronto".

Y "Pronto" llamó a la puerta exactamente tres meses y doce días después. Una noche que llovía, una noche de esas que reptan por el asfalto hasta calar hondo, hasta los huesos.
Un hombre alto, de ojos profundos, oscuros y hundidos. De alma profunda, oscura y hundida también.
Un nuevo cliente.
Alguien más a quien salvar.

Como cada noche desde hacía tanto tiempo comenzó el concierto de gemidos, muelles sollozando y llamadas de la cama en la pared.
Comenzó la plegaria.
El hombre deslizó sus ásperas manos desde el vientre hasta el blanco cuello de aquella puta que temblaba bajo su peso, susurrando una maldición inaudible.
Todos sus músculos se tensaron bajo la presión de aquellas inmensas manos. Los ojos del color de la almendra se abrieron de par en par, dirigiendo una súplica al Cristo de la pared, burlón.
Y los finos labios se contrajeron en una mueca, sin llegar a dar por finalizada la oración.

La música cesó.

La bombilla parpadeó un segundo antes de que la puerta principal se cerrara con estrépito, dejando el cadáver a solas con un Cristo y un Dios que le debían demasiadas explicaciones.
Cayó una pluma, pasó una paloma blanca y el viento agitó las cortinas.
Todo el dormitorio se inundó de guiños.

Ella era un ángel. Y sólo él pudo verlo.
Un ángel. Demasiado bello para permanecer en aquel mundo tan cruel.
Él la liberó con las primeras luces de una mañana de septiembre, de ésas que amanecen nubladas, y permanecen así semanas enteras.

Dios acudió en su rescate.
Dando por finalizada su misión.




__________

- Escuchas eso?
- El qué?
- El silencio.

domingo, 10 de agosto de 2008

Goldfish

Lluvia.
Lluvia de verano.
De ésa que es gris y tiene color.
De ésa que huele a arena mojada entre tu pelo, a hierba danzante.



Caminaba por las calles, con mucho cuidado de no pisar las baldosas impares, por si ocurría una catástrofe -otra-. Contando los peces dorados que nadaban entre esquina y esquina, envueltos en sus hermosas peceras de agua. Como caballeros tras sus yelmos.
Los peces susurrando que, cuando llueve, los enanitos se esconden. Y la diosa de la montaña suspira. Que el arco iris siempre sale antes de tiempo, y se desvanece sólo cuando no lo miras.

La lluvia, templada, como tus manos, besando mis párpados, regando las pestañas, para ver si este invierno -este sí que sí- crecen. Y no vuelven a caer para cumplir deseos imposibles.
Y no vuelven a secarse.

Plantar sonrisas, plantar deseos y esconder en los peldaños sueltos palabras que nunca te dije. Y que nunca te diré. 

Caminaba bajo la lluvia, pensando en algo que no recuerdo. Olvidando qué tenía que olvidar y la ubicación del mapa del tesoro, que indica el camino al paraíso de los melocotones.

Cae la lluvia del verano, y el mundo está sordo. Sólo se escucha el silencio de la lluvia, caer. Cayendo. Y nada más.
Agua.

Un pez dorado se desliza entre mi capucha y el tercer mechón tras la oreja izquierda, ése que toqueteaba cuando se me olvidaba respirar. Cuando te miraba a los ojos.
Y me besa el cuello, robándome un pendiente.

No llego a mi destino.
Pero la lluvia cesa. Lentamente, como muere el arco iris cuando nadie lo mira.
Y, al final, de pronto, me doy cuenta de que los peces dorados han regresado a la luna -con mi pendiente-, y pongo fin al trayecto.

sábado, 9 de agosto de 2008

Punishment

Me gustaba la frase: "curada de espantos".
Era como prometerme que ya nada podia sorprenderme.
O salir peor.
Como un billete hacia un paraíso, o un infierno menos caluroso.

Pero costaba. Ya lo creo.
Repetirme cada día, antes de salir de casa, la historia.
Para terminar de creérmela y recordar los planes y el modo en el que decidí, la noche anterior -siempre la noche anterior- tratarte. Igual que decidía la ropa o la hora de salida y llegada.
Porque todo en mi vida eran planes. Para no juntar dos partes incompatibles de mí. Y no decirte que te vayas mientras te sujeto con fuerza. Y no pedirte que te quedes mientras araño tus recuerdos.
Y es que mis personalidades vivían enfrentadas. Y se discutían mi custodia cada anochecer.
A solas.
Siempre a solas.

Contar hasta tres antes de salir de casa. Y ponerme la bufanda.
Y envolverme de esa seguridad que huirá en cuanto distorsione las palabras hasta oír lo que quiero oír.
Lo que tú no dirás.
Y yo no diré que quería escuchar.
Releo mis palabras. Hasta aprendérmelas de memoria, como si hubiesen sido escritas por otro.
Y desayuno fuerte. Café y tostadas.
Para reunir fuerzas.
Para cerrar fuertemente los ojos y no llorar. Por mucho que apetezca.

Hablar de ése pasado que me parece tan lejano.
De MIS cualidades, y MIS premios.
De MIS faltas, y MIS castigos.
Hablarte de "yo". Siempre, para que no se te olvide nunca.
Mientras procurabas mirar para otro lado cuando insistía en NO saltarme los capítulos amargos.
Como castigo.
Para ti o para mí.
Aún no lo he decidido.



- Y ahora?
- Ahora? Castigado a la esquina.
- Quién de los dos?
- Me da igual. Cualquiera

***


- No te entiendo si no hablas claro.
- Por tu bien y por el mío, dejemos que se queden las metáforas.
- ¿Qué?
- Nada, que te quiero, y sólo lo hago por joder[te].

jueves, 7 de agosto de 2008

Cold hearted


Se empieza por el principio, y no por el final como me enseñaron de pequeña.
Y es que yo siempre dije que no podía ser buena tanta contradicción literaria y tantos desayunos forzados.
Porque al final se me atragantaron las galletas y las palabras.
Y ahora se me hace difícil hablar[te] de ti.

Y pedirte perdón una-y-otra vez. Por romper todas las promesas que te[me] hice, una-a-una.
Hablar de ti en los silencios, en los puntos y las comas.
Respirar de ti, olvidando cómo era vivir antes.
Pudiendo encontrarte coincidencias hasta detrás de las orejas. Y en el hueco del hombro, ése que fue creado para apoyar la cabeza.

Aunque no merezcas mis disculpas.
Aunque no merezcas mi tiempo.
O, simplemente, no lo quieras, que eso me duele más.
Hace mucho frío aquí.
O es cosa mía?

miércoles, 6 de agosto de 2008

Nueve

Antes de empezar, estoy segura de que podré escribir algo bonito. Me lo ha susurrado una de esas nubes que agonizan a ras de suelo, queriendo besar el asfalto.

Era tan tarde que casi era temprano. Y las luces aún vibraban en nuestras pupilas, tenues, apagándose sin que apenas fuésemos conscientes de ello.
El tiempo y el espacio quedaron suspensos entre nuestros labios, como una cuerda de tender la ropa, cansada de ser mecida por el viento.
Taponábamos la entrada, o la salida; todo era relativo. Me dije, me dijiste, te dije.
Y se nos revolvió el estómago con la resaca verbal de tanto futuro vertiginoso y tanto pasado turbulento.
Podía saborear tu aliento, violando mi boca, penetrando hondo, queriendo llegar hasta las entrañas, para no salir jamás.
Y aún estábamos a una distancia que nadie parecía poder salvar.
Tu y yo.
En mitad de una puerta hacia ninguna parte, cortando el paso a aquellos que empujaban y empujaban, queriendo buscar quizá un destino como el mío.
Casi me gustaba poder escuchar la envidia y el anhelo rozando las baldosas de cerámica ennegrecida.
Fue un instante.
Tu boca, entreabierta, aunque no fueses a decir nada.
La mía, esperando un mensaje que no había sido escrito. Tratando de absorberte.
Cerré fuertemente los puños, y el reloj descontó tres segundos.
Cerré fuertemente los ojos, y el reloj descontó tres segundos.
Cerré fuertemente el libro, perdiendo la página por la que iba leyendo, perdiendo todo el curso de la narración -tres segundos hacia atrás.
Y justo cuando, como siempre, SABÍA que nuestra historia había acabado, el tiempo decidió cobrarse esos nueve segundos. Nueve.
Como las vidas del gato que ya malgastó siete.
Como la buena o mala suerte, dependiendo del continente asiático.
Como los años de vida que me restaban a mí por hacerlo todo con el lado equivocado.
Nueve, o seis, según se mire.
Nueve. 9
En los que la gente empujó por salir, y tú por entrar. Por la misma puerta que era a la vez entrada y salida, dependiendo del día.
Nos juntamos, nos fundimos.
Se quebraron las distancias y los relojes, y tú y yo sentimos que nuestra historia llena de remaches y trasquilones, nuestro engendro de historia, más húmedo de lágrimas que de rocío, era la más perfecta del mundo.
Solos. Tú y yo. Dos parejas y un borracho queriendo salir.
Tú, llamando a la puerta tras tanto tiempo.
Y yo rompiendo la promesa de no abrirte jamás.
Borrando con la lengua todas las lágrimas caídas. Sujetándonos con fuerza para no esfumarnos.
Como si jamás hubiésemos sufrido.
Como si jamás hubiésemos amado.
Ahora que has venido, quédate para siempre.

^^ No sé que decir, busco las palabras adecuadas... o quizá una despedida, para mí, sólo para mí.
Una despedida que sé que no escribiré, porque, realmente será válida cuando no sea necesario creérsela.
"Hay dos tipos de personas: los príncipes y los herederos que aún no han sido descubiertos.


El efecto mariposa.
Ése que tanto nos gustaba porque no éramos capaces de comprender.

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- Prométeme que me querrás siempre y te creeré, aunque sea mentira.
- ...
- Prométemelo.
- Te lo prometo. Siempre te querré · · · Nunca te dejaré sola.

* * *

"Te creeré, aunque sea mentira."


eso sí, nunca te [me]perdonaré que te llevaras tantos deseos y pestañas.



~ · ~ Cuánto tiempo es tarde? ~ · ~

martes, 5 de agosto de 2008

tal vez...



















Porque, tal vez, para cuando vengas tú, yo ya no esté.

















Cansándome de escribir para olvidar vivir.

lunes, 4 de agosto de 2008

Del principio al final.

Me doy cuenta. Soy perfectamente consciente.
Lo sé.
Que mis palabras no tienen la suficiente fuerza (nunca la necesaria). Para mantenerte aquí.
Para moverte hasta las vías del tren, donde prometí en silencio que te esperaría.
Y atribuirte los méritos de cada sonrisa, de cada musa que viene sólo de paso, de cada lágrima que cae en tu nombre.
Que todo es culpa y gracias a mí. Y tú ya no pintas nada.
Nunca lo has hecho.
Porque te regalé una brocha para creer que tú le dabas color a mis ojos.
Y por las noches me engañaba, despertando a hurtadillas y arrancando el violeta de las sonrisas, el azul de cada pena.
Y tú nunca has pintado nada. Y yo siempre lo he sabido. Como ahora, que lo sé.
Del principio al final, sabiendo que no eras artista, silbando dos canciones a la vez, para disimular.
Te necesito, para que sujetes mi pincel y sonrías a medias, diciéndome que se te olvidó la otra mitad en el cuarto de herramientas.
Sin pedirme jamás que la vaya a buscar, porque ambos sabemos que no estará.
Que la pegaste en la espalda de la luna, para que nadie te robara un poquito de aliento.
Aun así, siendo un personaje en el papel, atrapado, te necesito interpretando al mejor actor de mi obra, haciendo como que no sabes actuar mientras yo pienso lo bien que interpretas el papel que nadie escribió y yo aseguro haberte dado, para sentirte más mío que del abismo, que te engulle, cielo. Que te engulle y tú no te das cuenta. Y yo voy contigo. Me arrastras, o quizá te arrastro yo.
Ya nos da igual, eso te prometí, eso me prometí.
Ya nos da igual, porque te necesito aunque no sepas pintar, aunque yo no sepa escribirte.
Porque... porque al final es igual. Y cada uno por su lado. Sin despedidas ni presentaciones como dios manda. Porque tú no tenías tiempo de creer. Y a mí me flaqueaban las reservas de fe.
Para poder decir que jamás nos dijimos adiós, y aún me esperas, en secreto, para que yo pueda seguir añorándote a gusto. Que yo aún te creo a ti, solo a ti, aunque vengas anunciando tus mentiras.
Todos necesitamos a un profeta. Y el mío resucita y hace milagros.
No hay nada que decir. Nada que perdonar.
Nada que reprochar.
Nada.
Del principio al final. Del final hasta donde alcance mi estupidez y, por qué no, la tuya.
Hasta donde nos cansemos de fingir, y se rompa el protocolo del quiero y no puedo. De mis miradas tristes en tu nuca.
De tus desvíos a otro lugar que no era yo.
Lejos, donde tú no huelas mis lágrimas ni te duela intuir las noches malas. Lejos, donde yo ya no te pueda hacer daño, creyendome vengadora y justa, devolviéndote cada alfiler que lleva grabado tu nombre.
Nos desangramos juntos. Pero eso es un secreto que no debes decirle a nadie, para que no llegue a tus oídos.
Del principio al final, reseca, olvidadiza y sin palabras que no te haya dicho ya, del principio al final. Buscando dónde volver a creer, buscando otro cuento de esos que me prometieron de pequeña.
Creyendo en ti, en tus mentiras. Del principio al final.
Una vez más.

*
A alguien que no conozco y ya me ha hecho llorar.

domingo, 3 de agosto de 2008

...y descubrir que no estás


Cada día que anochece huyen las ganas de respirar con los mismísimos rayos de sol. Desentierro cajas llenas de polillas de debajo de las baldosas y me escondo en la oscuridad del armario, para no tener que ver como pasa el tiempo, como se agota el oxigeno; para no tener que salir mañana de casa, y descubrir que no estás.
Rompería todo lo que soy, rasgaría todos mis sueños, gritaría y lloraría en la oscuridad, para no tener que volver a salir, y descubrir que no estás.
Contando los segundo hacia atrás, y desandando el camino, para pisar una y otra y otra vez los mismos peldaños: los de siempre. Que otorgan la férrea seguridad de lo sucedido, que siempre queda, para bien o para mal, como las manchas del chocolate en los vestidos blancos de domingo. Y es que el domingo siempre es el peor día.

Y todas esas complicaciones que suponía alimentar un astro no eran más que superchería barata para tratar de disuadir a los más osados: aquéllos que pasaban las noches en vela esperando ver caer una luz del cielo, para amaestrarla y que les haga compañía o simplemente para regalársela a alguien.
Pero las horas se derretían más rápido de lo que nuestros suspiros enfriaban, y, humeantes, entre nuestros pies, formaban la playa de las noches, reflejando amaneceres.
Y al final se desgranaron las aceras, y todo despertó nuevo, aún por estrenar. temblando murieron las estrellas.
Y ninguna cae.
Ninguna cae.

Estaba segura de que no podía ser tan difícil encerrar una de esas dichosas estrellas en un bote, el de la mermelada de fresa que se acabó justo cuando el otoño golpeó nuestra puerta.
Llorar toda la infancia para descubrir (tarde) que al final no importaban el número de estrellas, que un anillo podía brillar más y que, quizá el bote no fuera tan efectivo como aseguraba su prospecto, que nos hablaba sobre las excelentes cualidades del producto que contenía en su interior, en este caso: nada.
Y la magia de la lluvia cuando el calor se pegaba a la piel. O la tierra, alzando el vuelo al compás de los zapatos que la vapuleaban. Empalideciendo en comparación con la belleza de lo inalcanzable, pero más mundanas, más diarias, más reales que la promesa de que ese brillo del cielo es un sueño por caer, y no una lágrima.
Mientras asesinaba los minutos de eterna espera me repetía un cuento, a modo de verdad, aprendiéndome cada punto y aparte de memoria, a ver si así la princesa despertaba tras mil veces pasada la página del huso. Y es que siempre creí que los cuentos debían escribirse en vidrieras de mil colores, y no contarse jamás, para, una vez cumplida la edad, volver a aquel lugar, y descubrir que tú ya no estás.

Omedetou