jueves, 30 de julio de 2009

Blasphemy


- Míralo, ahí, colgado, colmado de flores. Toda la gente dirige su mirada a él.
- ¿Estás diciendo que tienes envidia de él?
- No, hombre no. Decir que es envidia significaría que me gustaría estar en su posición...
- Es normal que no quieras estar en su piel...
- Lo dices como si nadie pudiera querer eso.
- Porque nadie puede desearlo...
- Yo no lo deseo, por eso lo critico, pero el resto ya es otra cosa...
- Entonces, ¿quienes no lo critican desearían ser él?
- Ajam.
- Es una tontería, lo admiran por ser un mártir, por sus milagros, pero no querrían estar ahí colgados... Eso nunca.
- Lo que es una tontería es que lo idolatren, eso sí lo es.
- ¡Te digo que nadie quiere estar en su lugar!
- ¿Y entonces qué reza toda esa gente?
- Rezan por su familia, por sus exámenes y enfermedades...
- ¿Y él puede hacer todo eso?
- Eso se supone, sino no rezarían ¿no?
- Pues eso, querrían ser él, y así no tendrían que confiarle nada a ese tipejo que lo único que hace es estar ahí descansando.
- ¡Pero es el hijo de Dios!
- Peor me lo pones... encima su mérito viene por su padre... Me voy a tener que pensar eso de ser él, a ver si va a ser que toda esta gente es inteligente...
- Iremos directos al infierno.
- No, si puedo usurparle el puesto a este tipejo antes del juicio final.


miércoles, 29 de julio de 2009

Entre bastidores. China's Drug.

En aquel momento contaba con toda mi atención; podía haberme dicho que él era fruto de un experimento biológico y que toda su infancia se había desarrollado en una pipeta, que le hubiese creído. Cosas de las drogas.
Le escuchaba sin apartar la vista de sus labios, con la barbilla apoyada en sendos puños fuertemente cerrados. Tenía la impresión de que, si no sujetaba mi cabeza, no sólo yo, sino el mundo entero se desplomaría; así que sonreía satisfecha, pues, sin que nadie lo supiese, estaba salvando el universo allí, a las cuatro de la madrugada, en una cueva más que un bar.
No obstante él no me reveló nada asombroso. Ni siquiera contó nada vulgar; se limitó a mirar el reloj, apurar su copa y decir, por encima de la música, el humo y las demás voces:
- ¿No es un poco tarde? Debería llevarte a casa.
Negué lentamente con la cabeza, por eso del destino y equilibrio del mundo sobre mis hombros y tal, no quería matar a la humanidad por ser demasiado expresiva...
Era difícil ser Dios, y lo era aún más en tanto cuanto nadie sabía de tu existencia mundana, y por consiguiente ni te colmaban de regalos ni te idolatraban.
Pero ahora yo, como padre secreto, contemplaba a mi mesías explicarme porqué debería ir a casa, alegando no-sé-qué del alcohol... Ay... amigo mío... si supieras qué cosas peores que el alcohol llevo encima, tal vez me invitarías a otra copa en lugar de darme la tabarra con eso de dormir...
Antes de que pudiera siquiera darme cuenta -y es que mi mente se hallaba sumergida en pensamientos más metafísicos-, él me asió del brazo y tiró de mí con la intención de meterme en un taxi que según él me esperaba a la salida de aquel cuchitril de mala muerte.
En un instante, sin que nadie más se diera cuenta, cundió el pánico. Ya no sujetaban mis manos mi cabeza, el mundo caía. Me eché a llorar.
Me daba igual, me daba igual todo.
Le propiné un puñetazo en el brazo y me dejé caer aún más en la dura silla. Abatida. Aquél era mi adjetivo y mi nombre de pila esa noche. Abatida, abatible. Abatiendo.
¿Por qué lloraba?¿Lloraba por el mundo, que acababa de espachurrarse contra una mesa sucia y pegajosa en un antro de mala muerte? No. ¿Lloraba por él?, porque el muy imbécil no sólo había estropeado mi heroica labor, no, no sólo eso. No me había besado, no me había contado su infancia-probeta y, para colmo, no contento con eso, me trataba como a una borracha, llamando a un taxi para que me llevase a casa, en vez de aprovechar y guiarme hasta un portal donde meterme mano a sus anchas, porque estaba borracha precisamente.

lunes, 27 de julio de 2009

Toupie


Somos peonza. Siento mi cuerpo ser peonza.
Girar en un patético y sólido bamboleo. Bailar al son de una música carente de toda cadencia.
Ser, en la más profundas de las agonías.
Retorcerse, hacerse espiral y verbo copulativo.
Ser asesino artístico. Verdugo fiel.
Nacer para arrebatarte la vida, para arrebatármela a mí.
¿Y después?
Ser, peonza, amor mío. Peonza plena y satisfecha, no menos peonza por ello.
Como ser vidrio en el mar, transparente, transparentándome. Como ser lluvia en el cielo -me ahorro la repetición de metáforas-.
Ser con la seguridad de que no estás para verme, para verme fallar. Y por eso ser, sin miedo.

domingo, 26 de julio de 2009

Alter Ego



Mi indignación no conocía límites.
Ante mí se desplegaba el amplio abanico de posibilidades de quien, en la más absoluta demencia adolescente, reconociéndose dentro de ella para obviar que ha caído en sus zarpas, como un auténtico loco o, por el contrario, dejar aflorar su auténtica naturaleza sin dar explicación alguna, y con ello demostrar que uno ha perdido su cabeza más allá de la edad.

Oh sí. Me encantaba estar loca. Me encantaba atribuir despreocupadamente esa demencia a la edad; y me encantaba alimentar mis delirios de grandeza, otorgándome dones fantásticos y desconocidos que, al pasar desapercibidos, nadie podía siquiera imaginar.

Así las tardes de verano era un cerebro en funcionamiento bélico, era una inteligencia cautiva, era un verbo mordaz; belleza prisionera dentro del delirio.
Era una estúpida sonriente, el mejor tipo de estúpidos. Porque sólo yo sabía que, tras los labios levemente fruncidos en señal de satisfacción, se encontraba La Soberbia Yo.

jueves, 23 de julio de 2009

yenoM


Se sentó a su lado, sentía el vértigo de quien trata de retener y amaestrar demasiadas ideas al mismo tiempo, lo cual la llevaba directamente a la imperiosa necesidad de sentarse, cuanto menos.
El carrusel giraba y giraba, bajo las miradas de madres deslumbradas por los focos que trataban de emular las luces de un éxito que no alcanzaron. Engullendo a los niños que éstas ofrecían como sacrificios humanos, para expulsarlos de su interior más tarde, probablemente por la indigestión del capitalismo.
Reír costaba un precio.
Jugar costaba un precio.
La fama costaba un precio.
¡Por no hablar de todas aquellas cosas que realmente tenían un precio estipulado y admitido!
Vivir entre tantas cosas intangibles le hacía dudar, le obligaba a dejarse caer en el primer banco y a serenarse. ¿Cuánto le costaría ese tiempo en el banco?¿Cuánto tiempo debía de seguir pagando su vida?
Le aterraba tener que estar eternamente hipotecada por su tiempo, por su vida.

La mujer que tenía a su lado pareció comprender a la perfección su pensamiento. Ella la miró, era lógico: Las pieles y el bolso de marca indicaban que era una de esas personas que pagan lo tangible y lo intangible. Los que más pagan. Los que más tienen. Lo pagan todo.
Simpatizando con su situación la mujer acostumbrada a pagar le tendió unas cuantas monedas que tintinearon al caer al suelo.
Lo pagan todo.

Antes de que la mujer se fuera le hubiese gustado devolverle el favor y darle algo de ése capital tan escaso que, aunque se lo hubiese metido en el bolsillo, nadie habría podido encontrar.

Todo ha de ser sacrificado. Para obtener algo hay que dar algo de igual valor.
Todo ha de ser sacrificado... Incluso aquel adorable cerdito de porcelana...

miércoles, 22 de julio de 2009

Glassworker


El vidriero contempló desde la ventana salpicada de escarcha cómo su esposa bailaba bajo el vendaval, semidesnuda, a los ojos de cualquiera si a alguien se le hubiese ocurrido asomar sus narices más allá del acogedor calor del hogar.
El barro abrazaba sus pies descalzos, besando sus tobillos.
La lluvia y la nieve, por separado, lamían y perforaban, en ese orden, sus brazos, sus hombros y su cuero cabelludo.
Los hijos del vidriero dormían, inquietos, bajo sus mantas de pluma de ganso, de mejor calidad que la del resto de los niños que conocían.
Los eufóricos gritos de su madre hacían de canción de cuna para ellos.

El vidriero volvió la vista hacia su trabajo, junto al fuego.
La luna se mecía a través de las ventanas, y la mujer del vidriero lloraba... o quizás sólo fuese la ira de la tormenta sobre su rostro...

martes, 21 de julio de 2009

Elements


El aire denso, viciado, eléctrico, me hacía saltar.
Y se agitaba la arena, se erizaba la espuma.
El fuego interior burbujeaba desde el pecho,
quemando las cartas, quemando las promesas.
Más cerca de los muertos que de los vivos.
Así era el cielo de tormenta.
Espejo sucio, nubes turbulentas.
Mil mensajes y una botella.
Absenta.

La tierra, húmeda, cálida, suave, me hacía gritar.
Como gritan los niños pequeños, 
como se llenan los pulmones, se expanden los bosques.
Inundando el día desde los pies, desde las raíces.
Desde las pestañas.

Piedras mojadas. 
Árboles llorones, 
hadas enfadadas.

Fuego, tierra.
Agua.
V i e n t o

domingo, 12 de julio de 2009



El viento, como movido por el batir de las alas del cielo, sopla.

Recogió sus libros.
El cielo gris auguraba lluvias para el camino, y tras las nubes la luz del sol se proyectaba de manera que parecía que la ciudad estuviese sumergida bajo el agua.
En la playa la niebla ascendía, desde el mar hasta los últimos barcos del embarcadero.

El suelo estaba húmedo, los muros exhalaban calor. 
Y casi podían escucharse los latidos de los habitantes tras las puertas de las viviendas y talleres.
Mientras dejaba atrás la plaza mayor imaginó que había una mujer que lo amaba y corría en su busca para suplicarle que permaneciese a su lado; imaginó un hermano caminando a su lado...
En lugar de eso se escucharon los postigos de las ventanas cerrándose a su lado.

Cuando llegó al acantilado el cielo era de un dorado sobrecogedor.
Se aproximó al borde y recreó su imagen cayendo en vertiginosa carrera hacia el mar, con el viento cortando su silueta, el aroma del mar tatuándole el olor a salitre en la piel.
Cogió una piedra. La lanzó.
Y, con una sonrisa entre melancólica y risueña se dejó engullir por la tierra que se abría bajo sus pies, devolviéndolo a su hogar.

viernes, 10 de julio de 2009

ChildHood.


Recordó una escena, años atrás.
Volvió del colegio, se metió bajo las mantas de la cama de sus padres y cerró los ojos con fuerza.
Las lágrimas mordían sus mejillas, de esa forma incómoda en que se llora a veces, quemándonos más que purificándonos.
Dolía más la mentira que la verdad.
Quizás porque la mentira era esa verdad oculta que no queremos asumir, o quizás porque nadie llora por lo que es, sino por lo que no fue.
Permaneció debajo de las mantas, ásperas, cálidas.
Quería vivir allí, fundirse allí. Quería haber permanecido así para siempre, sin moverse, sin respirar, sin pestañear.

En algún momento indeterminado llegó ella, le preguntó el motivo de su llanto.
No recuerda qué contestó. Ni qué pasó después, ni cómo o de dónde sacó las fuerzas para salir de su tumba de tela.



Volviendo a casa, un día, pensó que le gustaría ser enterrada en un trigal, de esos inmensos en los que el cielo de oro líquido y la tierra se abrazan.

miércoles, 1 de julio de 2009

marry marry marry


- Cásate conmigo.
Él la miró y rió, ante su ocurrencia.
- ¿Lo harías? -insistió ella, con el objetivo de demostrarle que no era una broma su proposición.

Sorprendentemente él también pensaba lo mismo, no obstante volvió a reír y pronuncio, entre risas, las palabras más crueles del mundo:
- No.


Curiosa la mente humana.