martes, 29 de octubre de 2013

superando octubre

Me alegro de haberte encontrado,
porque me haces sonreír
cuando un otoño por la tarde
yendo hacia tu casa
llevo en la cabeza un:
¿quieres algo de la calle?
y un:
a ti.

domingo, 27 de octubre de 2013

Sobre nuestras propias cenizas

A veces es difícil.
No hay un camino bueno
o un futuro ya construido.

A veces,
después de tanta sangre,
cómo creer en cualquier cosa.
Cómo perder este miedo,
que se aferra a nuestras entrañas
de perder todo lo ganado,
justo como siempre.

Los besos,
las manos,
los días.
Ya hemos pasado veinte otoños.
Y hemos sobrevivido,
de esta manera
tan triste.
Somos jóvenes que creen
que ya lo saben todo de la vida
de las personas.
Somos jóvenes tristes,
porque probablemente sea cierto
y la única esperanza
es alguien
que rebata nuestra teoría
que nos tire los pretextos al suelo
y nos deje sin palabras
y sin ciencia.

Que las personas son egoístas,
o malas,
y las buenas
nunca se quedan demasiado:
o se van,
o las echamos.
Da igual
si el mundo fue malo y lo creímos bueno
o fue bueno y lo creamos malo,
por creer,
o por no hacerlo.

Pequeños reyes destrozados,
destronados.
Atronando
en lo que nos queda de reino
que son las cuatro paredes
que son nuestra trinchera
de la derrota.

"Dejadme vivir en paz"

Pero siempre somos solo nosotros.
Jóvenes tristes,
niños rápidos,
ancianos tempranos
llenos de fantasmas
auntoinflingidos.

Miramos al cielo
esperamos una ayuda
que nos parta un rayo
que nos salve un ángel.

Se sientan a nuestro lado
y tenemos la cabeza allá arriba
y el corazón tan abajo,
enterrado,
que no vemos en los ojos de la otra persona
más que lo que vería Pandora
en la caja aún cerrada:
el deseo de abrir
y el miedo
de que esta vez se escape hasta la esperanza
si todo fracasa
otra vez.

Porque ya no sabemos si el mundo es malo y alguna vez lo quisimos ver bueno
o al revés.
Solo sabemos que las cicatrices son las heridas
que decidieron no irse jamás.
Que el pasado no se va a borrar;
es más,
siempre intentará volver,
por muchos otoños que nos sintamos orgullosos
de haber sobrevivido.
Y nuestra última esperanza es alguien
con la fuerza suficiente
como para hacernos mejores,
aunque el pasado no se borre,
precisamente,
sobre nuestras propias cenizas.



viernes, 25 de octubre de 2013

"The lost boy"

A veces se me hace raro ver tu cara,
como la primera vez,
tan de cerca
y yo tan tonta.

Como si mi mente no estuviese preparada
para esto,
inesperado.
Como si no entendiese aún qué haces aquí,
y en la realidad que mi mente planeó,
no había hueco para algo así.
No había luz.

A veces te reconozco y te extraño,
como si nos acabásemos de conocer
y ya hubiésemos pasado mil vidas juntos.

Como la primera mañana,
con una casa por primera vez
de sol.
Con horas y horas de sueño a la espalda
y las piernas temblando.
Y una premonición de sábanas,
lágrimas
y fuerza en los espejos.

Entonces solo tengo ganas de reconciliarme
con la vida,
contigo,
con aquellas noches que recé por que se acabasen.
Solo quiero tocarte,
si eres real,
y darte las gracias.

Porque cuando te miro
y siento tu cara extraña,
conocida y ajena,
vuelven a temblarme las piernas,
vuelven a despertar meses
de charcos y baños
y solo quiero reconciliarme
con la vida que perdí,
con lo persona que fui
antes de perderme.
Y todo gracias a ti.



And I will not be commanded
And I will not be controlled 
And I will not let my future go on
Without the help of my soul 

miércoles, 23 de octubre de 2013

Piel de humo

A veces dormir por vivir menos tiempo es el indicador
de que estoy atrapada
en los últimos estertores
del pecho de la bestia salvaje
que me devoró.

Yo siempre he sido la abuelita
fácil de avasallar.
De esas que hacen galletas a las tres de la madrugada
por no tener que afrontar
que no hay cura
pera el hambre del pecho.

Que a mi edad
un Octubre es un naufragio.

Esto es como eso de cerrar los ojos
en las películas de miedo.
Que siempre los abres en el peor momento.

Y yo siempre despierto
para ver al monstruo
ponerse piel humana
y andar entre nosotros,
cortando nuestros hilos rojos,
perdiéndonos.

Pero soy como Pedro,
el del lobo,
con lágrimas incontrolables
que ya no saben ni qué decir
cuando se escapan
entre gritos o en silencio.

Estoy cargada de ese miedo
que es veneno
que me hace parecer lejos.
Como si mi piel fuese de humo;
y quizás es que este naufragio
me ha pillado con el pecho tan abierto
que se me ha llenado de agua helada
y si no me vacío me hundo.

Siento no poder hacer nada,
y si me preguntas,
lo que siento es sobrecogedor,
inmenso;
que simplemente puedo
abrazar en la noche,
prometer que todo irá mejor
al despertar.

Que solo necesitamos,
un día más,
un día nuevo.








martes, 22 de octubre de 2013

Redemption

En algunos brotes de septiembre por la tarde
nos perdimos,
siempre sin ir cogidos de la mano.

Siempre con las suelas de los zapatos gastados,
con las promesas hechas jirones a la espalda.

Quizá buscábamos un inicio
o un final
definitivo.

La cuestión es que chocamos,
y nos hicimos cada uno una herida,
con sendas cicatrices,
para no perdonarnos nunca
nuestra marcha por el mundo.

Supongo que entre aquellos rayos de sol
que cerraban el verano,
se oscurecieron las maletas
y las gafas de sol cobraron otro sentido.

Que bajando de ese autobús,
con tu camisa a cuadros,
tú sabías,
y yo sabía
que octubre iba llegando.

Ahora intentamos resistir el frío
juntándonos en las noches
como únicos supervivientes.
Intentamos ser escudos,
parar los golpes y las balas,
y vivir para contar(nos)lo.

Porque le buscamos el sentido a la vida
en la del otro
y empezamos a caminar
por la cuerda floja
sobre las llamas de nuestro propio infierno.

Cógeme de la mano,
aunque no te guste hacerlo,
porque no quiero perderme aquí,
quedarme sola
en estas sábanas
que hieren tanto a invierno.






Carta de Fuego a Mártir.

Te cuentas esa mentira,
una y otra vez.
Lo entiendo,
es para no asumir la culpa
y el dolor.
Para no aceptar
que rompiste todas tus promesas;
que, por traicionar,
te has traicionado a ti misma
y, peor aún, a quien más te ha cuidado.

De Fuego a Mártir,
que sé que es más fácil culparme a mí
que mirarse al espejo.
Que es más fácil decir que moriste
por una causa,
porque nadie busca el puñal
en la mano de la víctima.
De Fuego a Mártir te digo,
que si quieres yo te quemo
y guardamos el secreto.
Todo eso de la sangre que traías encima
antes de arrojarte a mis llamas.
Todo eso de que has envenenado
tu hogar hasta los cimientos.

Te darán una caja en la que descansar,
un nuevo sitio.
Te compadecerán,
te llevarán flores.
Seguro que sí,
va ser precioso que todos quieran
a la persona que nunca has sido,
ni serás.

De Fuego a Mártir,
podemos hacer como que
ninguna de las dos sabemos,
que para ser héroe,
hay que ser silencioso,
que es vanidad jurar que es martirio
el daño autoinflingido.
Que, en cualquier caso,
serán los otros,
los que vean más allá de las mentiras,
los que juzgarán tu caso
y por tu santidad, que no te llegue el día.

De Fuego a Mártir
te aseguro que no porque yo te mate,
o porque tú te inmoles,
será más honorable tu causa egoísta.

De Fuego a Mártir
te recuerdo cuando me dijiste
que si le hacía daño me destruirías;
y me pregunto qué tal te irá a ti.
Porque veo la sangre tras todos esos gritos
y aspavientos,
pero no veo el amor
y todo eso del sacrificio y cuidar de otros.

Te pregunto,
¿qué quieres conseguir,
que no sea para ti?




Volver a casa



Todos los frentes abiertos,
mil partidas de ajedrez simultáneas.
La luz blanca de un fluorescente parpadea:
mil luces blancas temblando.
Si las miro así,
con la cabeza huyendo,
parecen puertas a otros mundos,
donde seguimos los dos,
quizás más afortunados.

Cientos de gritos silenciosos,
parece que solo escuchan su cadencia
los niños y los perros.
Me están volviendo loca,
pero no de una manera activa.
Me quedo quieta, en silencio,
como si un ruido más pudiese romperme,
perderme.

Las baldosas del suelo, frías,
se pegan a mi piel.
Mil partidas de ajedrez,
todos los frentes abiertos,
y no puedo levantarme,
ni son mis juegos,
ni son mis guerras.
Pero la herida es real,
en el tablero siempre hay flechas,
y en el campo siempre hay un puñal.

Cada muerto ante mis ojos
serán mis migas de pan
para encontrar el camino
de vuelta a mi celda.

Quiero morir luchando
o arrastrarme hasta desaparecer.
Quiero que me saque los ojos
el enemigo
o me despierten de todo esto.

Estoy cansada de esta puta mala suerte,
de esas historias inconclusas,
que no se cerrarán jamás.
Estoy cansada de pensar que viviré
con la sombra del pasado
cada día,
del resto de mi vida.

Y entre los filos chocando,
los caballos avanzando,
la sangre bramando,
me escucho a mí misma
murmurando
qué coño hago aquí
si no tengo fuerza para sobrevivir.
Si acaso tengo
la estúpida esperanza
de que salga el sol
o, más estúpido aún,
de morir con honor.

No puedes luchar en batallas que no son tuyas;
no puedes vencer o perder en luchas ajenas;
no puedes volver a casa tras una guerra que no has vivido.
Solo puedes ir perdiendo el corazón,
la voz y la cabeza.

Hasta que de igual,
qué ha sido y qué será.


No voy a volver a casa.

lunes, 21 de octubre de 2013

Mis mejores deseos

Ojalá vivas para siempre.
Y ojalá no puedas olvidar nunca.

Ojalá vivas para siempre,
contigo misma y lo que eres.

domingo, 20 de octubre de 2013

vive, vivió, vivirá

Yo ya pasé por eso, ya lo dejé atrás. 
Y así quiero que quede, atrás. 
Y no tengo fuerzas para afrontar
que el pasado vuelva a mediados de octubre,
y nos deje una culpa que empañe
lo bueno, 
haciendo que no podamos
ni mirarnos a la cara;
que seamos en otoño lo que fuimos en verano,
cuando no pudimos ser
lo que necesitábamos para el otro.


Y es que la historia no se puede cambiar, 
por mucho que la miremos o la ignoremos.
No se puede echar mano al pasado más que siguiendo adelante. 
Nuestra mayor venganza será ser felices.

Porque, aunque podamos tener aún estas heridas
que hacen de ciertos nombres o noches, temas tabú,
tenemos que enmendar el pasado a golpe de presente,
futuro.

Y yo solo necesito la promesa 
de que esa sensación de nudo en la garganta
que me arrastraba hacia el fondo
las noches de junio, julio,
no va a volver,
ni como fantasma del recuerdo.

Solo necesito seguir adelante,
sin pensar en los golpes que nos dimos,
en los golpes que dejamos que otros nos diesen,
en las veces que no fuimos lo suficientemente valientes como para gritar, levantarnos, romper y correr. 
Sin pensar en las palabras que se dijeron y en las que no, todo por no creer, no saber, no atreverse. 

Seguir adelante sabiendo lo que hicimos,
más mal que bien,
para tomar el camino opuesto,
directo a otro cielo.

Que el pasado es pertenencia de entonces,
de sus noches frías,
su realidad alternativa
y sus intentos de salvarse. 
Es parte de cuando el mundo era diferente,
y algunas personas, creímos que mejores,
y algunos futuros, creímos que imposibles.



sábado, 19 de octubre de 2013

romper la maldición

Podría encerrarme entre cuatro edredones,
mis redes.
Vivir de prestado, de domingo, de tarde,
toda la vida.
Vivir de colchón y sobre él,
poniendo los muelles a prueba de balas,
manos y miradas.

Podría dormir toda la vida;
tú con tu miedo a que acabe el día
yo con ganas de empezar una mañana
en la que sigas dormido
y yo ande de puntillas.

Podría querer siempre un día más;
porque quizás no se trata
de hacerlo bien o mal,
y es, simplemente
estar,
sobre los golpes en la pared
y bajo las lágrimas en el silencio.
Estar para romper la maldición.

Podría repetir mil noches de viernes
en las que llueva,
y se hable con los miedos en la lengua,
sintiendo de más,
con fe de menos.
Porque esas noches están
para darles la vuelta,
sin más que promesas
y estando
al pie del cañón,
con el pecho abierto
para encajar las balas
que llevan tu nombre escrito.

Porque la vida no se cura,
y el pasado menos;
simplemente se está,
para demostrar que la maldición se rompe
y que, al final,
nuestra historia serán
noches en las que no huimos,
en las que estuvimos,
sabiendo que no se puede salvar,
para caer juntos,
para no estar solos nunca más.





martes, 15 de octubre de 2013

Vienen a por mí, un martes de otoño cualquiera

A veces siento como que todo ya está gastado.
Ya fue mejor, más grande, más brillante, más nuevo, más hermoso.
Ya fue.
Y yo soy cenizas.
A veces siento como que todo ya pasó
y yo soy los rescoldos de la hoguera que abrasó corazones.
Y entonces
siempre tarde y mal.

Páramos

Tiene la luz
de otoño
polvo en sus rincones
en sus haces irónicos
que no hacen más que congelar
pero en tonos de oro.

Tiene el mar
del norte
gritos en sus olas,
en sus crestas de espuma
fantasmas y reproches
ausencias de aguas
oscuras.

¿Cuándo llegamos tan lejos
que al girar la cabeza
el mundo se había perdido?

Nos quedamos anocheciendo
en el páramo,
con el viento enfriando nuestra piel
húmeda de la sangre ajena;
y los espíritus de nuestros crímenes
prendidos al pelo,
riendo.

Por correr y mirar al cielo
derrumbamos civilizaciones
desde sus cimientos.
Muros de otra vida,
muros de la nuestra.
Perdidos antes que perdiendo,
por no ver la herida propia
creyendo que toda esta sangre
es contraria;
jurando que somos guerreros
asesinos,
peligrosos monstruos.

Que herimos,
y siempre es a nosotros mismos.







domingo, 13 de octubre de 2013

cambio de planes

Si tú supieras
qué dios nos abandonó
y hasta dónde lleva su carrera
y estos derroteros
que nos quiebran.

Si tú supieras
cuánto sé de los silencios
y las distancias de centímetros;
las más insalvables de todas.
Si supieras lo que la música hace
en las ruinas y las brasas
seríamos ave fénix
o titanes contra dioses.

Si tú supieras
que lo que tuerce
de tu espalda a tu sonrisa
no son cadenas oxidadas,
sino el peso de las alas.

Quizás aullarías al cielo,
derrotando a las nubes
que roban soles de invierno.

Quizás tendrías la fuerza
que perdió Sansón de su cabello,
solo con saber lo que yo sé
y ver lo que yo veo.

Quizás romperías estos muros,
frágiles de tanto tiempo,
que te encierran de la luz,
te guardan celosos, del verde,
el azul.

Quizás serías como debes,
como naciste para ser:
azotado por los vientos,
bañado por el mar.
Da igual,
en pie
y sonriendo.

Siempre invicto,
por haber domado al monstruo.



Si tú supieras lo que yo sé
y vieses lo que yo veo
no volverías a tener miedo
de caer,
perder,
ser derrotado.

sábado, 12 de octubre de 2013

Sangre contraria

Yo, que soy de sangre contraria
vengo sembrando
amapolas en tu espalda.
Vengo sembrando
piedras en el camino
con la lengua.
Y, de estar lo suficientemente cerca,
con las manos,
con los ojos.

Yo, que soy de sangre contraria
no perdono la herida ajena.
No disculpo puñalada
que no consiga matarme.
Porque tengo en el pecho
un agujero que es la luna
y cada noche
lo lleno de agua
que refleje la fortuna.

Y veo ese agujero hilvanando
la sangre contraria y propia,
rebelde,
idiota.
La sangre que brama y aúlla.
Se derrama del pecho al vientre,
hasta la tierra que la bebe.
La sangre que nunca supo nada
más que temblar y guardar.
Guardar y temblar.

Yo, que soy de sangre contraria
ojalá latiese con el pulso de las olas.
Y ser coronada de espuma y estrellas.

Realidades alternativas

Cepíllate lo dientes,
mírate al espejo un minuto,
sin decir nada.
Uno no puede llorar mientras se esta cepillando los dientes.
Está comprobado.

Conversaciones que son
como las mariposas nocturnas:
se esfuman con la mañana.
No las puedes ver de día,
quizás nunca hayan existido.

Y yo también,
que me lo creo todo,
a veces me siento como el mar
en una tormenta:
yendo y viniendo,
sin romperme del todo
por mucho que me golpee contra cada roca.

Me ahogo en el fondo de mi garganta,
se cierra y no puedo respirar.
Por eso me cepillo los dientes,
en silencio,
de madrugada,
mirándome al espejo,
mirándome a los ojos
y pretendiendo que esa desconocida
no soy yo.
Yo estoy muy lejos de aquí
bajo alguna tormenta
golpeando las piedras.





miércoles, 9 de octubre de 2013

Último bastión

La soledad de resistir en el último bastión.
Y el miedo constante de saber
que el enemigo acecha
a este lado del muro.

Era la última batalla,
y ni siquiera había
un campo en el que morir luchando,
una vasta extensión mitad cielo mitad tierra,
sobre la que caer,
dejando perderse los ojos
entre el verde y el azul.

Solo había viento y frío,
colándose entre la piedra;
y esa sensación,
como de estar escuchando siempre
los propios latidos,
como una cuenta atrás que nos acosa
cuando sabemos que vendrán
al caer el sol,
mirándonos a la cara,
mientras se llevan nuestro corazón,
entrañas
y alma,
y no nos permiten siquiera
morir entre los muros,
sólo nos dejan
solos.

Los fantasmas impidiendo el descanso
y sus labios fríos besando el cuello
como si quisiesen poseernos.

Es el último bastión
y no es de la muerte de lo que huyo.
Ojalá fuese tan fácil,
errar, caer.
Huyo de esa angustia
de ese peso en el pecho
que hace que se detenga el tiempo
en el momento antes del golpe,
cuando descubrimos que
no podemos salvar
y se nos escapa la vida ajena
que vale más que la propia,
entre los dedos.

Fui escudera en batallas en las nubes
y descendí del cielo
para descubrir
que el escudo endeble
causa bajas en el campo.
Para gritar el desgarro
que llevaba, como una herida,
caliente y humeante,
del cuello al vientre,
al ver,
en el suelo,
por quien me vestí de acero.

En el último bastión,
me encierro en el dolor
de ver mutilado
al más fuerte de todos los soldados.
Es la desesperación
tras la caída del héroe,
es arañar lo que queda de vida,
arrastrar un cuerpo,
sabiendo que,
tras los muros que nos separan
del mundo que nos hirió,
la muerte golpea el doble.

Y digo que es el último bastión,
porque después de esto,
tras el último latido de otro pecho,
ya no habrá nada.


Ese mal presentimiento
arrasando con todo.
Derrumbándolo todo.

martes, 8 de octubre de 2013

Octubre

Vino un Octubre unos días,
y se quedó para siempre
entre los pliegues del espacio frío
de sábanas
que se hace cuando vamos
espalda contra espalda.
Y entre los posos tibios del té
que descansan un domingo
previa lluvia.

Vino, como el espejo cuando somos monstruos
y acariciamos los cuentos, las fotos,
ese retrato de Gray
que usamos para escudarnos;
las promesas que hicimos
un sábado vacío
cuando nos portábamos
bien
siendo la buena mujer
que se iba con la mañana.

Vino, esa noche, donde nuestra piel
era del color de antes de la tormenta
y ni nos tocábamos,
por si salían rayos
y yo lloraba del rugido del trueno.
Donde los silencios
se rompían con coraje de pecho abierto
con la posibilidad de morir
congelada
en la madrugada.

Y se quedó en el color de los ojos
ese que parece milenario si le da el sol.
En esa sensación prendida al pelo
de miedo y de sentencias.
De menos, de venirse abajo.
En ese sabor de tarde y mal,
de viento que se cuela
por la cerradura forzada.

Vino Octubre de visita,
hace muchos años,
cuando yo tenía la guardia baja
y las expectativas altas.
Y se quedó para siempre,
con su otoño incipiente
su luz dorada
y su sol que no calienta.
Y yo muriendo cada lunes
así
un poco más.


sábado, 5 de octubre de 2013

Tú eres fuego, o algo así

Como si hubiéramos encontrado otro camino
para vivir un sábado en unas pocas horas.
Como si tuviese una tirada de cartas
sobre la cabeza
y todas estuviesen del revés.
Como si llevase en la ropa
el olor de antes de la tormenta
o quizá solo era un hilo suelto
del que colgaba Octubre.

Así éramos,
grandes esfinges de arena
con adivinanzas por lengua
inmensas alas de piedra
y zarpas para matar.
Así de magníficas e impotentes,
de colosales y condenadas.
Ángeles desterrados,
comunes humanos
que juran haber tenido alas,
y caminan sobre el asfalto
con cicatrices invisibles.

Reíamos como si solo existiese hoy,
y a mí me estrangulaba el sabor
en el fondo de la boca
de tantas historias de invierno
en la que alguien moría congelado,
solo.

Con esa sensación de frío en las piernas
cuando se escapan los últimos rayos de sol
del día
y quién sabe si serán
de la vida.

**

Sé que me ahogo en los posos
de mis pesadillas infundadas,
que me derriba el viento
solo porque lo siento
que viene de parajes inmensos
donde todo lo alto que pueda rugir
no inspira ningún miedo.
Solo porque mi sombra es nada más
y el mar es negro en la noche.
Solo porque el pasado
que ni siquiera es mío
me pisa los talones.
Que si me derriba
aquí y ahora
no sobreviviré
pero me niego a vestirme
mientras aún quede algo
de este verano
bajo la piel.



Como si hubiésemos encontrado la forma
de hacerle trampas a la vida
y yo esperase cada noche
que alguien viniese a sacarme de aquí
obligándome,
de nuevo,
a llevar el barro en la sonrisa
y la piedra sobre los hombros
por haber robado el fuego,
o algo así.




jueves, 3 de octubre de 2013

Pirotecnia

A veces la vida duele.
Todo eso de que la vida siga
y todo se repita.
Ese don de la clarividencia,
ese saber que moriremos,
que no somos diferentes
ni nosotros
ni las cien piedras con las que tropezar
en el camino más recorrido del mundo.

A veces la vida da miedo,
de lo familiar que es.
Como sentirse identificado con un criminal,
como desear a la modelo televisiva
que todo el mundo desea
y mirarse ese lunar, tocarlo,
quizá sea  cáncer.

Es esa sensación de control y seguridad
que da hurgarse la misma herida,
sabiendo por dónde va a entrar la muerte,
pensando que es mejor invitarla a pasar
que despertar un día con ella a los pies de tu cama.

Acercar la mano a la llama
de la vela que previamente
habíamos encendido.
Nuestro propio fuego,
pero no se puede poseer.
Lo prendemos y él mismo,
su poder milenario,
recién nacido y mucho más antiguo
que nada que puedas tocar,
nos consume.

Pirotecnias
que me deslumbran
y desfiguran.
Piruetas para ocultar
las muecas
que ya no sé si son sombras de Octubre
o son el reflejo de la lengua atada
de Casandra y su séquito
solar.

Quiero decir,
¿qué queda que no se haya dicho ya?
de mil formas,
mil maneras,
mil lenguas,
mil posturas.
¿Qué dioses no se han adorado ya?
¿Qué dioses no han caído y quebrantado
sus juramentos,
cayendo de rodillas sobre la arena,
para sangrar y morir,
devastando la fe
de todo un mundo?
¿En qué creemos si no es por omisión?

Porque cuando los antiguos dioses han caído,
podremos derribar sus templos
quemar sus efigies,
escupir sobre sus nombres...
pero no podremos borrar la fe quebrada
ni las ruinas sobre la arena.
Y si erigimos un nuevo dios,
sobre las cenizas de una civilización vencida
hemos de tener claro
que polvo somos y al polvo volvemos.

Ahora pídele fe al derrotado
sin permitirle olvidar a qué dioses adoró
y cuántas veces sangró
tratando de luchar por su vida,
para descubrir,
al final,
que siendo vencedor o derrotado,
perdió por lo que luchaba
nada más sujetar la espada.

Así que mírame, soldado masacrado,
levantado,
rugiendo que su pecho aún bombea;
y dime
cómo puedes,
sin dudarlo,
volver a luchar.
¿Qué tiene esta causa
y sus ojos de mar de otoño,
que no hayas besado ya?