de que estoy atrapada
en los últimos estertores
del pecho de la bestia salvaje
que me devoró.
Yo siempre he sido la abuelita
fácil de avasallar.
De esas que hacen galletas a las tres de la madrugada
por no tener que afrontar
que no hay cura
pera el hambre del pecho.
Que a mi edad
un Octubre es un naufragio.
Esto es como eso de cerrar los ojos
en las películas de miedo.
Que siempre los abres en el peor momento.
Y yo siempre despierto
para ver al monstruo
ponerse piel humana
y andar entre nosotros,
cortando nuestros hilos rojos,
perdiéndonos.
Pero soy como Pedro,
el del lobo,
con lágrimas incontrolables
que ya no saben ni qué decir
cuando se escapan
entre gritos o en silencio.
Estoy cargada de ese miedo
que es veneno
que me hace parecer lejos.
Como si mi piel fuese de humo;
y quizás es que este naufragio
me ha pillado con el pecho tan abierto
que se me ha llenado de agua helada
y si no me vacío me hundo.
Siento no poder hacer nada,
y si me preguntas,
lo que siento es sobrecogedor,
inmenso;
que simplemente puedo
abrazar en la noche,
prometer que todo irá mejor
al despertar.
Que solo necesitamos,
un día más,
un día nuevo.
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