Podría encerrarme entre cuatro edredones,
mis redes.
Vivir de prestado, de domingo, de tarde,
toda la vida.
Vivir de colchón y sobre él,
poniendo los muelles a prueba de balas,
manos y miradas.
Podría dormir toda la vida;
tú con tu miedo a que acabe el día
yo con ganas de empezar una mañana
en la que sigas dormido
y yo ande de puntillas.
Podría querer siempre un día más;
porque quizás no se trata
de hacerlo bien o mal,
y es, simplemente
estar,
sobre los golpes en la pared
y bajo las lágrimas en el silencio.
Estar para romper la maldición.
Podría repetir mil noches de viernes
en las que llueva,
y se hable con los miedos en la lengua,
sintiendo de más,
con fe de menos.
Porque esas noches están
para darles la vuelta,
sin más que promesas
y estando
al pie del cañón,
con el pecho abierto
para encajar las balas
que llevan tu nombre escrito.
Porque la vida no se cura,
y el pasado menos;
simplemente se está,
para demostrar que la maldición se rompe
y que, al final,
nuestra historia serán
noches en las que no huimos,
en las que estuvimos,
sabiendo que no se puede salvar,
para caer juntos,
para no estar solos nunca más.
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