jueves, 3 de octubre de 2013

Pirotecnia

A veces la vida duele.
Todo eso de que la vida siga
y todo se repita.
Ese don de la clarividencia,
ese saber que moriremos,
que no somos diferentes
ni nosotros
ni las cien piedras con las que tropezar
en el camino más recorrido del mundo.

A veces la vida da miedo,
de lo familiar que es.
Como sentirse identificado con un criminal,
como desear a la modelo televisiva
que todo el mundo desea
y mirarse ese lunar, tocarlo,
quizá sea  cáncer.

Es esa sensación de control y seguridad
que da hurgarse la misma herida,
sabiendo por dónde va a entrar la muerte,
pensando que es mejor invitarla a pasar
que despertar un día con ella a los pies de tu cama.

Acercar la mano a la llama
de la vela que previamente
habíamos encendido.
Nuestro propio fuego,
pero no se puede poseer.
Lo prendemos y él mismo,
su poder milenario,
recién nacido y mucho más antiguo
que nada que puedas tocar,
nos consume.

Pirotecnias
que me deslumbran
y desfiguran.
Piruetas para ocultar
las muecas
que ya no sé si son sombras de Octubre
o son el reflejo de la lengua atada
de Casandra y su séquito
solar.

Quiero decir,
¿qué queda que no se haya dicho ya?
de mil formas,
mil maneras,
mil lenguas,
mil posturas.
¿Qué dioses no se han adorado ya?
¿Qué dioses no han caído y quebrantado
sus juramentos,
cayendo de rodillas sobre la arena,
para sangrar y morir,
devastando la fe
de todo un mundo?
¿En qué creemos si no es por omisión?

Porque cuando los antiguos dioses han caído,
podremos derribar sus templos
quemar sus efigies,
escupir sobre sus nombres...
pero no podremos borrar la fe quebrada
ni las ruinas sobre la arena.
Y si erigimos un nuevo dios,
sobre las cenizas de una civilización vencida
hemos de tener claro
que polvo somos y al polvo volvemos.

Ahora pídele fe al derrotado
sin permitirle olvidar a qué dioses adoró
y cuántas veces sangró
tratando de luchar por su vida,
para descubrir,
al final,
que siendo vencedor o derrotado,
perdió por lo que luchaba
nada más sujetar la espada.

Así que mírame, soldado masacrado,
levantado,
rugiendo que su pecho aún bombea;
y dime
cómo puedes,
sin dudarlo,
volver a luchar.
¿Qué tiene esta causa
y sus ojos de mar de otoño,
que no hayas besado ya?




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