martes, 22 de octubre de 2013

Volver a casa



Todos los frentes abiertos,
mil partidas de ajedrez simultáneas.
La luz blanca de un fluorescente parpadea:
mil luces blancas temblando.
Si las miro así,
con la cabeza huyendo,
parecen puertas a otros mundos,
donde seguimos los dos,
quizás más afortunados.

Cientos de gritos silenciosos,
parece que solo escuchan su cadencia
los niños y los perros.
Me están volviendo loca,
pero no de una manera activa.
Me quedo quieta, en silencio,
como si un ruido más pudiese romperme,
perderme.

Las baldosas del suelo, frías,
se pegan a mi piel.
Mil partidas de ajedrez,
todos los frentes abiertos,
y no puedo levantarme,
ni son mis juegos,
ni son mis guerras.
Pero la herida es real,
en el tablero siempre hay flechas,
y en el campo siempre hay un puñal.

Cada muerto ante mis ojos
serán mis migas de pan
para encontrar el camino
de vuelta a mi celda.

Quiero morir luchando
o arrastrarme hasta desaparecer.
Quiero que me saque los ojos
el enemigo
o me despierten de todo esto.

Estoy cansada de esta puta mala suerte,
de esas historias inconclusas,
que no se cerrarán jamás.
Estoy cansada de pensar que viviré
con la sombra del pasado
cada día,
del resto de mi vida.

Y entre los filos chocando,
los caballos avanzando,
la sangre bramando,
me escucho a mí misma
murmurando
qué coño hago aquí
si no tengo fuerza para sobrevivir.
Si acaso tengo
la estúpida esperanza
de que salga el sol
o, más estúpido aún,
de morir con honor.

No puedes luchar en batallas que no son tuyas;
no puedes vencer o perder en luchas ajenas;
no puedes volver a casa tras una guerra que no has vivido.
Solo puedes ir perdiendo el corazón,
la voz y la cabeza.

Hasta que de igual,
qué ha sido y qué será.


No voy a volver a casa.

No hay comentarios: