lunes, 4 de agosto de 2008

Del principio al final.

Me doy cuenta. Soy perfectamente consciente.
Lo sé.
Que mis palabras no tienen la suficiente fuerza (nunca la necesaria). Para mantenerte aquí.
Para moverte hasta las vías del tren, donde prometí en silencio que te esperaría.
Y atribuirte los méritos de cada sonrisa, de cada musa que viene sólo de paso, de cada lágrima que cae en tu nombre.
Que todo es culpa y gracias a mí. Y tú ya no pintas nada.
Nunca lo has hecho.
Porque te regalé una brocha para creer que tú le dabas color a mis ojos.
Y por las noches me engañaba, despertando a hurtadillas y arrancando el violeta de las sonrisas, el azul de cada pena.
Y tú nunca has pintado nada. Y yo siempre lo he sabido. Como ahora, que lo sé.
Del principio al final, sabiendo que no eras artista, silbando dos canciones a la vez, para disimular.
Te necesito, para que sujetes mi pincel y sonrías a medias, diciéndome que se te olvidó la otra mitad en el cuarto de herramientas.
Sin pedirme jamás que la vaya a buscar, porque ambos sabemos que no estará.
Que la pegaste en la espalda de la luna, para que nadie te robara un poquito de aliento.
Aun así, siendo un personaje en el papel, atrapado, te necesito interpretando al mejor actor de mi obra, haciendo como que no sabes actuar mientras yo pienso lo bien que interpretas el papel que nadie escribió y yo aseguro haberte dado, para sentirte más mío que del abismo, que te engulle, cielo. Que te engulle y tú no te das cuenta. Y yo voy contigo. Me arrastras, o quizá te arrastro yo.
Ya nos da igual, eso te prometí, eso me prometí.
Ya nos da igual, porque te necesito aunque no sepas pintar, aunque yo no sepa escribirte.
Porque... porque al final es igual. Y cada uno por su lado. Sin despedidas ni presentaciones como dios manda. Porque tú no tenías tiempo de creer. Y a mí me flaqueaban las reservas de fe.
Para poder decir que jamás nos dijimos adiós, y aún me esperas, en secreto, para que yo pueda seguir añorándote a gusto. Que yo aún te creo a ti, solo a ti, aunque vengas anunciando tus mentiras.
Todos necesitamos a un profeta. Y el mío resucita y hace milagros.
No hay nada que decir. Nada que perdonar.
Nada que reprochar.
Nada.
Del principio al final. Del final hasta donde alcance mi estupidez y, por qué no, la tuya.
Hasta donde nos cansemos de fingir, y se rompa el protocolo del quiero y no puedo. De mis miradas tristes en tu nuca.
De tus desvíos a otro lugar que no era yo.
Lejos, donde tú no huelas mis lágrimas ni te duela intuir las noches malas. Lejos, donde yo ya no te pueda hacer daño, creyendome vengadora y justa, devolviéndote cada alfiler que lleva grabado tu nombre.
Nos desangramos juntos. Pero eso es un secreto que no debes decirle a nadie, para que no llegue a tus oídos.
Del principio al final, reseca, olvidadiza y sin palabras que no te haya dicho ya, del principio al final. Buscando dónde volver a creer, buscando otro cuento de esos que me prometieron de pequeña.
Creyendo en ti, en tus mentiras. Del principio al final.
Una vez más.

*
A alguien que no conozco y ya me ha hecho llorar.

No hay comentarios: