Al final, encontrando caminos alternativos a todos los planes B, acabé gastando todo el abecedario.
Viendo películas de terror sola, y tapándome los ojos en las mejores escenas, perdí todo el hilo de la historia.
Tras tanto tiempo jurando y perjurando mi corazón, me olvidé de a quién amar, y del dolor.
Porque son los caramelos que me daba mi hermana los que curan todos los males, y no el ibuprofeno, el prozac o la aspirina.
Porque los peluches recogen mi calor y lo guardan, para cuando me haga falta. Para que venga a mí con la ilusión con la que descubrimos bajo una baldosa suelta el tesoro que guardamos con nueve años. Como cuando desenterramos promesas que rompimos con la inocencia con la que las hicimos, cuando éramos niños.
Como niños. Jugando a ser adultos. Tanto tantísimo que olvidamos que aún podíamos curarnos a base de dulces y gritar muy alto, por la noche, cuando acuden las pesadillas.
Recordar que nunca está de más mirar debajo de la cama y nunca es tarde para saltar en los charcos y volver mojada a casa.
Sonreír a los desconocidos, y encogerse de hombros al menos tres veces al día.
Así es como olvidé ser.
Así, como nunca lloraba. Nunca.
Y... ahora... hace cuanto lloré por primera vez? Tanto he envejecido que voy perdiendo mi memoria... mi memoria de niña... Para pasar a ser esto que toca, esto que exigen.
Algo nuevo. Lleno de promesas de libertad. Libertad y lágrimas.
···
- Y wanna love like KIDS.
- KIDS can't love, you know.
- Exactly... :)
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