Cuando el reloj de pared, tras el último "tac", marcó las tres, el anciano cerró el libro, depositó sus gafas sobre la mesa y se recostó entre los mullidos cojines del sofá y las palabras de aquella novela policiaca que amenizaba su espera.
Poco a poco, antes de que se consumiera el último rescoldo agonizante de la chimenea, sus párpados se cerraron sumiendo el estudio en penunbra.
Nevaba, y para evitar el frío comenzó a pensar en lo que estaba haciendo.
Era difícil regresar; y más cuando se marcha con la intención de no regresar jamás al punto de partida. Cuando nos llevamos las cuatro cosas importantes que conservamos para no tener nada por lo que volver.
Y con eso, a veces toca retornar al punto de origen, del que, durante toda nuestra vida, hemos intentado borrar el recuerdo. Ella volvía para despedirse, esta vez sí-que-sí, de todo lo que había dejado atrás, sacrificando recuerdos por otros más nuevos, más brillantes. Y ahí estaban los de siempre, los de cuando tenía cuatro años, cinco, seis... Hasta que la vida le dio camino para correr, y huir, lejos, de todo, de todos, donde nadie la conociera.
Ésa era ella, entre miles de rostros de luto, una desconocida presentándole sus respetos a un padre desconocido. Uno que llevaba demasiado tiempo esperando. Sabiendo que no vendría.
Y es que, en cuanto dejas de buscar, encuentras.
Porque así es la búsqueda del unicornio.
***
Cantando hasta quedarme sin voz.
Abandonando la búsqueda del unicornio.
- ¿Qué dices?
- M? Hay cosas que sólo están permitidas decir una vez.
- Esta es una de ésas?
- Si me das otro abrazo igual me lo pienso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario