No podemos decidir el rumbo del mar.
No podemos elegir quién se ahoga y quién no.
A veces la vida golpea dos veces donde el segundo rayo no cayó.
A veces pagan justos y pecadores.
Porque al final a todos se nos cobra una deuda que no contrajimos voluntariamente.
Nos queda
aprender a fluir
guardar el aliento que querríamos gastar
en un último grito bajo el agua.
Esperar con paciencia
un cambio de tiempo.
Un nuevo sol,
una nueva orilla,
marea baja después de la marea alta.
Esperar con paciencia
que no golpee la vida
tres veces donde ya cayó un rayo.