A veces te come la vida.
La realidad.
El miedo a la muerte.
El tiempo, que pasa.
Los "deberes", los "placeres".
Y es que casi nunca hablamos de la vida como es.
Como es de verdad.
De que me levanto y no desayuno, y de que me ducho pensando en la televisión encendida de la vecina.
Su teléfono que suena.
A veces te come la vida.
Con sus distancias que están lejos aunque sea pared con pared;
y ni hablar ya de kilómetros,
o de coger un tren.
Te come el futuro,
te come, sobre todo, el pasado.
Y a veces queremos huir de esos dientes afilados, de ese paladar oscuro, de las noches que se sienten frías y son cálidas.
Huir de sentirse solo, que es mil veces peor que estarlo.
Porque nos gusta jugar a ser fuertes.
Pero yo tengo miedo al tiempo,
a la muerte,
a estar sola,
a ganar,
a perder(te).
Y es por eso que, a veces, en días como hoy, cuando todo (parece que) va bien (mejor), buscas el interruptor, y resulta que no lo encuentras, que estás dentro de la garganta, echa un nudo, de la vida.
Te ha comido la vida, porque es más grande que tú.
Más grande que todo lo que puedas imaginar.
A veces te come la vida
y sólo quieres unos brazos que te cojan,
alguien que te abrace
en el abismo de oscuridad.