Sube por la columna el olor a magdalenas haciéndose en el horno.
Pero el horno sigue vacío. Igual que ha dejado de nevar el día de navidad, como pasaba siempre hace años.
Igual que hace tanto que no tomo ese camino de vuelta a casa, y entro por la otra puerta del portal.
Si lloviese, si nevase, si hubiese magdalenas en el horno...
Tengo frío, pero no el frío de enero; el viejo frío de los octubres pasados.
Pena, pesada, que se hunde, dejando pequeñas burbujas en la superficie.
Se hunde, en las sombras de un domingo.
Pesada.
Si hubiese magdalenas en el horno
podríamos fingir que tenemos otra vez ocho años,
y no nos importa lo que tenga que venir,
quien nos ha de amar y porqué lloraremos.
Si hubiese magdalenas en el horno,
los domingos antiguos no existirían.
En estos domingos siento que no hay lugar en el mundo
en el que el viento no lacere.
Lugar en el mundo para mí.
Ser indispensable. Já.
Solo porque el cielo no sea del color de mis ojos
no significa que no me quiera.
Ofrecerle sacrificios al sol,
y que el sol siga impasible, ahí arriba, como siempre.
Ofrecerle sacrificios por miedo a que un día se apague.
Ofrecerle sacrificios para que siga igual de impasible y ajeno a nuestro dolor.
Ofrecerle sacrificios, y llorar.
Y llorar, porque calienta, pero está tan lejos...
3 comentarios:
Me encanta, como suspiran las libélulas en este lugar, con delicadez y perfecta coordinación.
Es verdad, ¡más domingo que nunca!
Mientras los sacrificios te llenen creo que estás actuando en la forma correcta; cuando sientas que todo lo que hagas es infructuoso sería mejor cambiar de rumbo y actividades, no vaya a aser que te conviertas en un Moái mirando el horizonte por ver llegar lo que nunca llegará.
Un abrazo
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