No entendía porqué seguía sintiendo aquel nudo en la garganta si ya había borrado todas las conversaciones mantenidas con ella.
Miró a su alrededor y solo encontró el fantasma de su ropa tirada por el suelo, unas flores secas, un libro con las páginas dobladas.
La vida era como la pintura barata de pared, descascarillándose en silencio y poco a poco, sin que nadie viese los restos caer; simplemente un día estaban en el suelo.
Sentía que si no había pruebas el pecado seguiría ahí, pero no llegaría el castigo. Creía ciegamente en la presunción de inocencia. Por eso borró su nombre de la lista de contactos, no borró el número, lo guardó con un nombre anónimo que no le recordase a nada en absoluto. Por eso guardó todas las fotos y luego las perdió, deliberadamente.
Era un fugitivo que huía de sí mismo
y sus vacíos
y acabó perdido en el laberinto.
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