Un septiembre en un paso de cebra nos cruzamos,
como si no hubiesen pasado los años.
Y tras eso siguió pasando la vida.
Acababa de empezar el otoño
y nos volvimos a encontrar en lo más crudo del invierno.
Tú bailabas
y yo ya no era yo,
ni mi casa era mi casa.
Y llegó la primavera.
Le pusimos a la vida un timón de juguete,
para poder fingir al menos,
y se terminó convirtiendo todo en un barco.
Me enseñaste a bailar y a andar en bicicleta.
Las dos cosas las hago mal,
pero hacerlo mal es mejor que no hacerlo.
Vuelve septiembre con sus cruces y sus pasos.
Pero nada es igual
todo se puso patas arriba
el sol, el tiempo en los relojes, las noches.
Un camino de vuelta a casa,
contigo a mi lado.
Siempre sonrisas,
siempre risas.
Siempre asomados a la ventana
el guía turístico que se equivoca;
el que tiene un buen día y le ríen todos los chistes,
incluso los malos;
las broncas adolescentes y los nuevos herri kirolak.
La otra cara de la vida,
sinergias de dos y juegos de mesa trampeados,
ropa tendida,
paseos cortos y cafés por la tarde,
zapatos de baile,
instrumentos
grandes y pequeños.
La luz que está en todo
que se cuela por las grietas de la vida
inunda el pecho y marca el sendero
recorta tu sombra contra el suelo
trae esta paz a este barco
que no está a la deriva,
descansa o avanza.