Nació con la guerra,
y, al final,
una cortina corrida
en un día de sol y de tormenta.
Un cascarón vacío y,
si existe el alma,
un reencuentro.
Me llevo sus ojos,
de bruja,
una herencia lingüística
compartida solo al final,
recuerdos de infancia
y una identidad recuperada.
Lágrimas y una sonrisa amable,
comida y hastío,
chistes y soledad,
la ausencia de un padre,
o de un hijo.
Nació con la guerra
y se ha ido,
entre cortinas e hijos,
conversaciones insípidas de hospital,
sin más.
Podríamos haber comentado
que su médico era guapo
cómo nos iba la vida
cómo fue su pasado.
Pero ella no era ella,
ni su casa es ya su casa.
Hoy espero,
por ella,
que existan los reencuentros
y esté,
al fin,
en paz.