Con el alcohol subiéndose a la cabeza, y la existencia por los suelos.
Una noche de esas de cerrar los bares, de salir de una cueva cuando amanece, con la cabeza dándome vueltas.
Y lloré, y me abrazaste. No sé si te lo he dicho alguna vez, pero ya sabía que te iba a besar, mucho antes de empezar la noche.
Y te besé. Y no fue como en los cuentos.
La boca me sabía a alcohol; era un anuncio de que la noche acababa.
Te pusiste contento, porque te llamaron guapo.
Y yo estaba sentada encima de ese banco que siempre está pringoso dentro de un bar, en el que la luz gris del amanecer se empezaba a filtrar.
Y en aquel momento no me pareció una historia especialmente bonita.
Pero ahora sólo puedo imaginarla con un filtro como de cuento; que será el color de los cristales de la historia que construimos a nuestro alrededor.
Y sé que no (te) escribo tanto como debería, pero es que hoy necesitaba otro de esos abrazos.
Y esta siempre ha sido mi forma de hablar (a pesar de los silencios).