Todo son veranos,
al fin y al cabo;
menos el invierno,
donde nos encontramos.
El primer verano,
el verano del deshielo
con sus prunus y sus flores del cerezo
valientes y efímeras.
El verano conocido,
el del sol y la música
de las noches cálidas,
tardes eternas de sol radiante y
conciertos bajo luces
azules y blancas.
El último verano,
al final de todos los veranos,
la estación de la magia
y del sol oblicuo y dorado.
Un verano final,
pero un verano al fin y al cabo.
Todo son veranos,
menos el invierno.
Y por eso nos juntamos
en el lugar en el que empieza el frío
para llenarnos de luz las pestañas
y abrazarnos en las lentas madrugadas.
Somos el fuego que arde,
la llama avivada,
el destello de una hoguera,
el recuerdo de todos los veranos.
Todo son veranos,
al fin y al cabo.
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