Me hubiera gustado saltar por la ventana, estamparme contra el suelo y huir del infierno temporal que se había apoderado de mí.
Maldije porque las paredes fueran lo suficientemente finas como para poder escuchar lo que decía de mí. Los gritos que pegaba se clavaban en mi alma y, sin poder apartar la vista de la ventana, me imaginaba cayendo, liberándome, sin más preocupaciones, nunca más.
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