De nuevo, vuelvo a mirar la librería con recelo. Todos esos
libros, alerta, inmóviles, me observan. Todos son amigos, algunos tan cercanos
al corazón que dejan un vacío tras sus últimas páginas. Son amigos sí; amigos
que vienen sólo de visita, cargados de historias de sus viajes a distintos
mundos, realidades inexistentes.
No, estos libros ya no son amigos, son amores platónicos,
son el ídolo, la estrella fulgurante, tan brillante que quema. Son el sol
prohibido y hermoso.
Por eso los temo, los evito.
Porque el dolor del cuerpo es ardiente y sangrante, pero el
dolor de la mente es mucho peor, el anhelo de vivir las mentiras de sus páginas
es aún peor, es húmedo, oscuro, frío, amargo… es una ausencia, es una muerte
propia, un recuerdo sin materia.
Vuelvo a mirar la librería con recelo, porque no quiero que
me vuelvan a hacer daño. Porque echar de menos lo vivido deja una herida, que
cura con el tiempo, pero, ¿cómo cicatrizar las heridas causadas por fantasmas
invisibles?
Tengo miedo de los libros, seductores. Tengo miedo de caer
en el abismo de un mundo mejor, uno de mentiras, y no querer despertar jamás.
1 comentario:
Magistral.
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