Tuvimos aquella locomotora de hierro y metal helado sobre el pecho.
Cada una de nuestras costillas crujió y se rompió como palitos de otoño bajo una lluvia de pesadas piedras.
Casi logramos burlar a la muerte. Hasta que se enfadó.
Tuvimos noviembre que era el nuevo octubre; y que perder las formas para encontrar las llaves.
Sabíamos tantas cosas que no teníamos que saber.
Casi logramos burlar a la vida. Hasta que se enfadó.
Nos creímos a Teseo por perderle miedo al mar.
Quisimos ser quienes descendiesen, madriguera abajo.
Nunca llegamos del todo a escribir la última página.
Si hubiese podido...
Habría sido diferente.
Habría quedado sumergida el tiempo necesario para volverme un pez
y recibir en mi palacio de cristal a miles de viajeros perdidos,
con sus plumas derretidas debajo del brazo.
Habría dejado mi piel blanda y mis ojos blancos descansar en el lecho de arena;
habría sido el más feroz guardián de Ofelia.
Y teníamos el pecho hundido, latía por los agujeros que dejaban los puños.
Sobre el agua los gritos eran hondas de calma.
Así era la visión del mundo: un mar tranquilo bajo el que observaban, cientos de ojos.
Bajo llave, en mitad de la garganta, no se puede perdonar al bosque por haberse quemado.
No se puede perdonar al cielo por romperse.
No se puede porque son libres para marcharse.
Casi logramos desenredar el nudo universal
hasta que nos pilló la lluvia
y volvimos a casa, mojados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario