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- Tienes que irte, corre.
Caperucita dejó caer la cesta sobre la cama, se levantó de un salto y, soltando la mano inherte de su abuelita salió de la casa a toda prisa, dedicándole una última mirada de despedida al lobo;
una última mirada de complicidad.
El día en que todos en el pueblo honraron al cazador, desposándolo con la más brillante joven de la aldea: caperucita, ella estuvo en primera fila para observar, con sus enormes y curiosos ojos oscuros los ambarinos del lobo.
Sonrió y su sonrisa canina exaló la descendencia del lobo en sus venas.