Ya no dices nada, no te atreves, no desde tan lejos.
Suspiras.
Te gustaría encender una lamparita y leer, pero las historias de antes; de años atrás.
Quizás prepararte un té. Y, en lugar de eso, vas a la cocina y bebes agua fría, muy fría, directamente de la botella.
Una parte de ti (la mayor) le tiene miedo a las distancias. Ésas de tren, de pasos, entre el 0 y el 7, minutos, palabras. Es lo mismo. Son todo abismos que se abren frente a mí.
Y no de esos abismos de oscuridad o lava ardiente, no, son blancos, vacíos; tienen tan poco que ofrecer que ni siquiera aportan la muerte en la caída, el fuego, la roca. Ni siquiera la calidez de la luz en su interior.
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Siempre me ha dado miedo saltar, caerme. A pesar de que me gusta que me cojan en brazos.
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