Todo por no hablar (de) los que estamos. Como si el café, y los demás, pudiesen rellenar los huecos que deja el alma, arrancada desde las alas, hasta los tobillos.
Y lo que pasa es que, ochenta centímetros más altos, y muchos años más viejos.
Doblados en edad, en tamaño, y doblados, por la espalda, en historias.
Seguimos siendo como cuando éramos pequeños.
Todo eso de que, si te caes, y tu madre se preocupa, algo desde tu herida hasta la arena, decía que tenía que doler; y tenías que llorar.
Habremos sido alumnos díscolos, e hijos malcarados. Pero, como niños diligentes, nadie nos gana.
Que nadie quiere hablar de cosas que, por doler más desde fuera, nos hagan llorar.
La típica herida que olvidas tener.
La dura convivencia con uno mismo, y las historias de delante del espejo.
Dejo el café, me levanto.
¿La factura? Corre a cuenta de mi reflejo.
2 comentarios:
la tipica herida que olvidas tener..
son tantas las cosas que vienen a nuestra mente, cuando en silencio, vemos nuestro reflejo en el espejo...
un abrazo hermosa!
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