Esa sensación de peso, en la cabeza,
sobre los ojos, y sobre la frente;
oprimiendo las mandíbulas.
De melancólica languidez.
De piel de gallina y pies fríos,
y calor en las mejillas.
Un segundo,
media frase en la que se intuya el desenlace.
La inocente duda,
la inocente respuesta.
Y noto el calor en mi cara,
la presión de la garganta a hasta los oídos.
Por dentro, ardiendo, burbujeando.
Esa presión de la presa que quiere romper sus barreras.
Del grito que golpea
golpea
golpea
golpea
Y quiere salir.
Y si saliese, sería un desgarro del cuerpo, un quejido queriendo ser lamento.
Es lo que me pasa últimamente.
Como sumergir el cuerpo en agua tibia, demasiado fría para la piel.
Son ganas de llorar constantes.
Ira por que sí.
Y todo es el final.
Y todo dice la verdad, y señala acusador.
Buscas a alguien a quien hablarle en la noche,
de todo esto.
Todas estas tonterías.
Siempre creíste que habría alguien,
para esas noches que se hacen largas
y quieres explotar y romperte.
Alguien a quien llamar un martes cualquiera,
a las cuatro de la madrugada.
Pero todo se mantiene quieto y en silencio.
miércoles, 30 de mayo de 2012
miércoles, 23 de mayo de 2012
Vidas ajenas
Es curioso cómo vemos lo que querermos ver.
Vemos nuestra historia en la historia de los demás. Y vemos nuestra pena en la lluvia, cuando acompaña.
Y, si no acompaña, vemos nuestra soledad y la injusticia en su ausencia.
Vemos el amor en la sonrisa. Y vemos la traición en la misma sonrisa, cuando queremos.
Y es que, en cierto modo, somos los únicos habitantes de nuestra vida.
Todo lo que se escucha y se ve pasa por nuestro filtro existencial. Y nos convertimos en los demás, y los demás se convierten en nosotros.
Lo ajeno se hace propio, aunque sea por lejano.
Muchas veces, por la noche, antes de dormir, cuando siento angustia de la enormidad que abarca mi mundo, el que no conozco (que es igual de mío que el que me sé de memoria), me repito que me tengo a mí, que aunque esté sola siempre estoy yo ahí, y cuando estoy acompañada ahí sigo. Que no hay que tener miedo.
Que todas las historias del mundo son mías. Y mis historias son del mundo.
Y sin embargo, es tan mío lo de fuera, que lo de dentro no puede estar completo en soledad.
Y tengo miedo.
A veces prefiero que se acabe la historia que tengo en el pecho, asfixiando, antes de dormir, a todas las demás historias del mundo. Sólo por no sentir que dejan de ser mías; que dejan de ser.
A veces creo que yo misma tengo vidas paralelas, y me sorprendo mirándome en el espejo y pensando que esta soy yo, que esta voy a ser yo toda (mi) la vida.
Etiquetas en frascos de veneno:
De cuando la libélula observa su rostro en las aguas
martes, 22 de mayo de 2012
A veces eres demasiado pequeña para cosas tan grandes.
Etiquetas en frascos de veneno:
More than Fairy Tales
martes, 15 de mayo de 2012
Agua y cielo
Se quedan atrás los amigos que no volverán. Y los años que hablo siempre de olvidar.
Se quedan atrás las tardes más luminosas de los veranos cálidos. Y las palabras que más dolieron.
Atrás tanto, que pienso que me quedo a veces atrás yo misma. Y viene esta desconocida.
Que no sabe ni quien es, ni cómo se llama. Y sólo quiere vivir como el náufrago que se agarra a la tabla, con los ojos cerrados.
La cabeza caliente y los pies fríos.
Se quedan atrás los mejores y peores, de toda la vida.
Se quedan atrás las piedras que nunca pisé.
Y las hojas que nunca escribí.
Como si ya no pudiese volver a hacer eso nunca.
Es un sentimiento estúpido.
Tan grande como cuando miras el mar, inmenso, y sólo ves agua
y cielo.
Agua y cielo
Se quedan atrás las tardes más luminosas de los veranos cálidos. Y las palabras que más dolieron.
Atrás tanto, que pienso que me quedo a veces atrás yo misma. Y viene esta desconocida.
Que no sabe ni quien es, ni cómo se llama. Y sólo quiere vivir como el náufrago que se agarra a la tabla, con los ojos cerrados.
La cabeza caliente y los pies fríos.
Se quedan atrás los mejores y peores, de toda la vida.
Se quedan atrás las piedras que nunca pisé.
Y las hojas que nunca escribí.
Como si ya no pudiese volver a hacer eso nunca.
Es un sentimiento estúpido.
Tan grande como cuando miras el mar, inmenso, y sólo ves agua
y cielo.
Agua y cielo
Etiquetas en frascos de veneno:
De cuando la libélula observa su rostro en las aguas
lunes, 7 de mayo de 2012
De vuelta al hogar
A veces no está mal.
Como creces siempre contigo mismo llega un día en el que no te das cuenta de lo mucho que has cambiado.
Y al volver al hogar y ver que la puerta en la que vivía el gigante no es ya más alta que tú.
Al regresar para darte cuenta de que tus padres son ya ancianos, y tú ya eres tus padres.
Y quizás sea que ya no hay inviernos como los de antes,
o tal vez es que nunca hubo esas ventiscas de nieve y tormentas eléctricas que tus ojos de niño vieron.
Cuando te haces mayor es cuando sientes, con urgencia, que necesitas un rescate.
Y admites, sin darte cuenta, que los dragones no existen, por mucho que tu sientas su fuego en las entrañas.
Aprendes a ser realista, lo que no está nada mal para la supervivencia,
pero deja en el fondo de la boca un deje amargo,
que sólo quieres que te salven del tiempo, o que prometan el cielo.
Vuelves a casa con el psicoanálisis colgándote de las orejas, con el miedo a los resultados médicos.
Vuelves a casa sabiendo lo que siempre has sabido, que lo tienes en la punta de la lengua, pero no vas a dejarlo escapar.
Todo está ahí dentro, todo, de hecho, no hay nada en el mundo que no tengas tú dentro.
Como cuando eres pequeño, y parece que la única persona en el mundo eres tú, y todos los demás, dragones, personajes de algún cuento.
Como creces siempre contigo mismo llega un día en el que no te das cuenta de lo mucho que has cambiado.
Y al volver al hogar y ver que la puerta en la que vivía el gigante no es ya más alta que tú.
Al regresar para darte cuenta de que tus padres son ya ancianos, y tú ya eres tus padres.
Y quizás sea que ya no hay inviernos como los de antes,
o tal vez es que nunca hubo esas ventiscas de nieve y tormentas eléctricas que tus ojos de niño vieron.
Cuando te haces mayor es cuando sientes, con urgencia, que necesitas un rescate.
Y admites, sin darte cuenta, que los dragones no existen, por mucho que tu sientas su fuego en las entrañas.
Aprendes a ser realista, lo que no está nada mal para la supervivencia,
pero deja en el fondo de la boca un deje amargo,
que sólo quieres que te salven del tiempo, o que prometan el cielo.
Vuelves a casa con el psicoanálisis colgándote de las orejas, con el miedo a los resultados médicos.
Vuelves a casa sabiendo lo que siempre has sabido, que lo tienes en la punta de la lengua, pero no vas a dejarlo escapar.
Todo está ahí dentro, todo, de hecho, no hay nada en el mundo que no tengas tú dentro.
Como cuando eres pequeño, y parece que la única persona en el mundo eres tú, y todos los demás, dragones, personajes de algún cuento.
Etiquetas en frascos de veneno:
De cuando la libélula observa su rostro en las aguas
domingo, 6 de mayo de 2012
La Fée
Yo también tengo un hada en mi casa
En los canalones chorreantes.
La encontré en un tejado
En su cola (de vestido) quemada
Era una mañana, olía a café.
Todo estaba cubierto de escarcha.
Ella estaba escondida debajo de un libro
Y la luna acabó borracha
Yo también tengo un hada en mi casa
Y su cola está quemada.
Ella debe saber bien que no puede…
Nunca más podrá volar
Otros han tratado antes de ella
Antes de ti, otro estaba allí.
La encontré replegada debajo de sus alas
Y creí que tenía frío
Yo también tengo un hada en mi casa.
Desde mis estantes, en lo alto ve
La televisión, pensando
Que fuera es la guerra
Lee diversos periódicos
Se queda en casa
En la ventana, contando las horas
En la ventana, contando las horas
Yo también tengo un hada en mi casa
Y cuando almuerza
Hace un ruido con sus alas asadas
Y sé bien que está alterada
Pero prefiero besarla
O tenerla entre mis dedos.
Yo también tengo un hada en mi casa
Que quisiera volar, pero no lo puede
Etiquetas en frascos de veneno:
De cuando la libélula observa su rostro en las aguas
Suscribirse a:
Entradas (Atom)