Como creces siempre contigo mismo llega un día en el que no te das cuenta de lo mucho que has cambiado.
Y al volver al hogar y ver que la puerta en la que vivía el gigante no es ya más alta que tú.
Al regresar para darte cuenta de que tus padres son ya ancianos, y tú ya eres tus padres.
Y quizás sea que ya no hay inviernos como los de antes,
o tal vez es que nunca hubo esas ventiscas de nieve y tormentas eléctricas que tus ojos de niño vieron.
Cuando te haces mayor es cuando sientes, con urgencia, que necesitas un rescate.
Y admites, sin darte cuenta, que los dragones no existen, por mucho que tu sientas su fuego en las entrañas.
Aprendes a ser realista, lo que no está nada mal para la supervivencia,
pero deja en el fondo de la boca un deje amargo,
que sólo quieres que te salven del tiempo, o que prometan el cielo.
Vuelves a casa con el psicoanálisis colgándote de las orejas, con el miedo a los resultados médicos.
Vuelves a casa sabiendo lo que siempre has sabido, que lo tienes en la punta de la lengua, pero no vas a dejarlo escapar.
Todo está ahí dentro, todo, de hecho, no hay nada en el mundo que no tengas tú dentro.
Como cuando eres pequeño, y parece que la única persona en el mundo eres tú, y todos los demás, dragones, personajes de algún cuento.
1 comentario:
Cuando era niño mi mundo era más grande que el que hoy tengo; aunque pensaba que podía haber más; ahora que soy grande mi mundo es pequeño y sé que el que está más allá de las lindes, tal vez sea tiempo perdido recorrerlo, por buscar lo que no he podido hallar ni creciendo.
Un abrazo
Publicar un comentario