Esa sensación de peso, en la cabeza,
sobre los ojos, y sobre la frente;
oprimiendo las mandíbulas.
De melancólica languidez.
De piel de gallina y pies fríos,
y calor en las mejillas.
Un segundo,
media frase en la que se intuya el desenlace.
La inocente duda,
la inocente respuesta.
Y noto el calor en mi cara,
la presión de la garganta a hasta los oídos.
Por dentro, ardiendo, burbujeando.
Esa presión de la presa que quiere romper sus barreras.
Del grito que golpea
golpea
golpea
golpea
Y quiere salir.
Y si saliese, sería un desgarro del cuerpo, un quejido queriendo ser lamento.
Es lo que me pasa últimamente.
Como sumergir el cuerpo en agua tibia, demasiado fría para la piel.
Son ganas de llorar constantes.
Ira por que sí.
Y todo es el final.
Y todo dice la verdad, y señala acusador.
Buscas a alguien a quien hablarle en la noche,
de todo esto.
Todas estas tonterías.
Siempre creíste que habría alguien,
para esas noches que se hacen largas
y quieres explotar y romperte.
Alguien a quien llamar un martes cualquiera,
a las cuatro de la madrugada.
Pero todo se mantiene quieto y en silencio.
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