Diciembre, el mes del umbral
del sol moribundo
y esa luna inmensa y ámbar.
El frío de diciembre no es más que un preludio.
Una puerta que se abre y una sala que queda atrás:
vacía y oscura.
No tengo palabras ni futuro.
Ni promesas de primavera.
No lo saben las raíces en mitad de la noche,
cubiertas de escarcha.
Solo tengo la determinación de la herida,
las cicatrices de batalla.
Soy un fue, y un será, y un es perdida.
Soy la última hora estival. Que vuelve siempre a herir al día.
La realidad se diluye entre los sueños.
Nada existe. Nadie existe.
Y sin embargo late.
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