Desde pequeña, desde pequeña era así.
Todo empezó con La caída; podría haber sido una caída sin importancia... pero aquella fue La caída.
Aunque eso nadie pudo siquiera imaginarlo hasta más adelante.
Tenía cinco años, el pelo avellana y los ojos oscuros. Y era una niña normal: Dibujaba y los colores manchaban el papel, dibujando la radiante sonrisa de mamá, el bigote de papá... Cogía flores y su aroma inundaba todo el vestíbulo hasta fundirse con la dulzura de la tarta de manzana de la cocina...
Sin embargo los colores no la conmovían y los olores no le inspiraban repulsión o agrado alguno.
Era domingo, la gravilla del suelo se retorcía bajo sus zapatos demasiado pequeños para el estirón que había dado. El sol golpeaba implacable.
Cualquiera hubiese pensado que la niña se tropezó y calló al suelo partiéndose el labio, magullándose las rodillas y los codos... pero no.
El sabor de la sangre entre sus pequeños dientes de leche; el calor de cada piedrecilla incrustada en su carne; las manos, ardiendo, palpitando.
Podía sentirlo todo, y su respiración se aceleraba por momentos, según iba descubriendo nuevas partes doloridas, inflamadas o entumecidas, sangrantes y supurantes en su cuerpo.
A partir de ese momento caidas, golpes, cortes y peleas se fueron sucediendo, despertando el apetito de la niña que dejó de dibujar y de recoger flores.
Su mamá vio aquel cambio como un síntoma del gran problema que se avecinaba... sin saber que no era síntoma sino consecuencia: Ahora ella se deleitaba con la voluptuosidad de la violencia, de la violación de los medios naturales en su cuerpo débil y expuesto.
No ansiaba la violencia falsa y televisiva llena de efectos especiales y armas de fogeo, no.
Quería oler el sudor frío, quería oler la arena y la sangre, el agua arrastrándolo todo...
Colores que nunca había dibujado, aromas que ni las tartas ni las flores podían igualar.
Es por eso que saltó, de tan alto como pudo. Quería, por un momento, sentir la fuerza que la empujaba hacia abajo, sentir la embestida del suelo, los huesos crujiendo, los órganos estallando en brillante agonía...
Otros dicen que se cayó.