lunes, 31 de agosto de 2009

5.01

Te has vuelto a quedar sola, y tienes frío, en agosto.
Son las 5 de la mañana del último día del mes.
Cinco y un minuto.
Te imaginas cómo se sentirá Agosto, si tendrá miedo a la muerte tras tanto tiempo, si seguirá sintiendose solo entre marzo y abril... te preguntas cuándo volverá el pasado pidiendo perdón... quién te rescatará del abismo.
Y te gustaría quedarte quieta, sobre una silla, en hibernación con tu pose de princesa desvalida, para comerte al primero que pase, para robarle su vida.

Sientes la tentación de contarle a un extraño que ni sabe tu nombre todo esto: eso de que no duermes, eso de que tienes ganas de llorar después de meses de recuperación.
Que te gustaba estar enferma.

Te duele, y lo sabes porque la sangre es roja.
Que ya no sientes.


domingo, 30 de agosto de 2009

Angel falls first


Desde pequeña, desde pequeña era así.
Todo empezó con La caída; podría haber sido una caída sin importancia... pero aquella fue La caída.
Aunque eso nadie pudo siquiera imaginarlo hasta más adelante.

Tenía cinco años, el pelo avellana y los ojos oscuros. Y era una niña normal: Dibujaba y los colores manchaban el papel, dibujando la radiante sonrisa de mamá, el bigote de papá... Cogía flores y su aroma inundaba todo el vestíbulo hasta fundirse con la dulzura de la tarta de manzana de la cocina...
Sin embargo los colores no la conmovían y los olores no le inspiraban repulsión o agrado alguno.

Era domingo, la gravilla del suelo se retorcía bajo sus zapatos demasiado pequeños para el estirón que había dado. El sol golpeaba implacable.
Cualquiera hubiese pensado que la niña se tropezó y calló al suelo partiéndose el labio, magullándose las rodillas y los codos... pero no.

El sabor de la sangre entre sus pequeños dientes de leche; el calor de cada piedrecilla incrustada en su carne; las manos, ardiendo, palpitando.
Podía sentirlo todo, y su respiración se aceleraba por momentos, según iba descubriendo nuevas partes doloridas, inflamadas o entumecidas, sangrantes y supurantes en su cuerpo.

A partir de ese momento caidas, golpes, cortes y peleas se fueron sucediendo, despertando el apetito de la niña que dejó de dibujar y de recoger flores.
Su mamá vio aquel cambio como un síntoma del gran problema que se avecinaba... sin saber que no era síntoma sino consecuencia: Ahora ella se deleitaba con la voluptuosidad de la violencia, de la violación de los medios naturales en su cuerpo débil y expuesto.
No ansiaba la violencia falsa y televisiva llena de efectos especiales y armas de fogeo, no.
Quería oler el sudor frío, quería oler la arena y la sangre, el agua arrastrándolo todo...

Colores que nunca había dibujado, aromas que ni las tartas ni las flores podían igualar.

Es por eso que saltó, de tan alto como pudo. Quería, por un momento, sentir la fuerza que la empujaba hacia abajo, sentir la embestida del suelo, los huesos crujiendo, los órganos estallando en brillante agonía...

Otros dicen que se cayó.

domingo, 23 de agosto de 2009

Fobia al compromiso - Drink together


Tenía una de esas noches en las que sólo te apetece llorar.
Por todo.
Porque la luna no es llena, porque el gato invade la cama, y en silencio deseas que el invierno frene su avance. Porque hasta la pantalla del ordenador parece haberse alejado, mostrando mis propios pensamientos plasmados en un conjunto de letras, palabras, que se supone han sido escritas por mí.
Todo tiene ese aspecto de preocupación por compromiso.
Las cortinas se preocupan, hacen planes, y giran la cabeza, por compromiso.
Calcetines sucios y hojas manchadas de más pensamientos esparcidos me miran con la preocupación por compromiso de un amigo que piensa que estás borracho, que piensa que le aguarás la fiesta, que piensa que su obligación es cuidar de ti; y si insistes lo hará sin atreverse a negarlo, no obstante dale una sola opción a continuar con su fiesta y beberá en tu nombre y en el nombre de todos los caídos. (Siempre he querido que mi segundo nombre fuese Ícaro)

Qué coño, estoy borracha y un amigo me ha traído a casa. Por eso la pantalla está lejana.
Por eso el móvil suena, y ojalá no lo hiciese.
Todo martillea mis sentidos.

Nadie debería ser feliz cuando uno tiene ganas de llorar.
Ni las flores, ni los dichosos arroyos, ni tú, ni nadie.









- Nadie echa de menos a la persona con la que está en ese momento... Se echa de menos precisamente cuando sentimos la imposibilidad del encuentro.
- Eso es como querer lo que no se tiene.
- Culo veo...
- ¿Culo quiero?
- No coño, que estoy viendo un pedazo de culo...

- Si no nos emborrachamos a la vez esto no funciona.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Kono urami jigoku e nagashimasu...

Esperó mucho aquel día.
El reloj parpadeante de una farmacia saturada corroboraba la proeza de su paciencia: Once años, cuatro meses, ocho días, trece horas y veintisiete grados; esperó (eso sabía hacerlo) hasta que el cartel volvió a mostrar los minutos: trece horas y cuarenta y dos minutos.

Y era ese mismo local, la farmacia situada en el número cuarenta y tres, el lugar de nacimiento y desahogo de su rencor.
Mientras se iba acercando se cerró en torno al cuello la bata gris que había elegido para la situación. Sabía que aquel color resaltaría su ensayada palidez.
Aferró con fuerza el bote de píldoras con el símbolo de la farmacia impreso y, viendo su reflejo en las puertas de cristal al abrirse, se hizo hueco entre la multitud de compradores compulsivos de condones, ibuprofenos, prozac, viagras y demás maravillas del mundo moderno.

No se sentía del todo segura a pesar de haber preparado durante meses su gran obra, no obstante sentía el pecho burbujear, y aquello le inspiraba fuerzas.
Inspiró, expiró.
Sintió el líquido cálido subir; la tos anegar el pecho.
La sangre brotó con una facilidad sorprendente.
Entre combulsión y combulsión se dibujaba una sonrisa en su rostro ojeroso al observar la repulsión y el miedo en la mirada de los espectadores, atónitos.

No la reconocieron, ni su ex-jefe, ni sus ex-compañeros; sus ex-torturadores.
Nadie supo que aquella enfermedad en realidad era su propia creación, la maduración de su venganza.
Aquel era el precio por la victoria.
Como Sansón murió consumando su venganza, como murieron los filisteos.
Yahweh fue el nombre que le dio a su enfermedad, aunque los médicos se obstinaron en llamarla de otra forma, siempre con las palabras "poco tiempo" y "mortal" a modo de anexo.

lunes, 17 de agosto de 2009

Punish


Le pegó una bofetada.
Tampoco era nada del otro mundo. Es verdad que había sido muy criticado aquel modo de didactismo, no obstante, si era en privado, se seguía practicando el método Si-vuelves-a-gritar-te-pegaré-una-bofetada.
Pero Marta, hasta ese momento, parecía estar bastante segura de sus derechos civiles, los cuales la eximían de un castigo peor que el ya desgastado: Si-no-te-los-comes-ahora-los-tendrás-para-cenar.
¡Ja! Como si los garbanzos pudiesen mantenerse en un estado óptimo el tiempo suficiente como para que ella pereciese de hambre (antes la inanición que la derrota). Su madre podía, haciendo alarde de una astucia, únicamente capaz de engendrar una madre, volver a cocinar aquel repulsivo potaje que ni merecía el nombre de alimento. Sin embargo, y de eso estaba segura, aquel castigo la llevaría a la muerte, cosa que era aún peor que el hecho de abofetear a una menor... y sobre todo a una menor con una cara tan hermosa como la de ella.

Marta aferró con fuerza la cuchara. Gritó aún más fuerte. También sonreía, victoriosa. Podría reprochárselo durante años y años.
En aquel momento su madre rompió a llorar, lo que ensanchó la sonrisa interior e impulsó sus berridos tres escalas más arriba.

La madre se quitó el delantal. Retiró el plato de su hijita y, abriendo la ventana que daba al patio interior, cinco pisos más allá, saltó.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Destroy


Aquel domingo por la mañana -sí, en japón, en ocasiones se llegaba a trabajar en domingo- el señor Ueda ordenó sus bolígrafos, apiló sus informes de contabilidad sobre productos cuyo nombre sólo sería capaz de inventar y pronunciar un japonés, y apagó su ordenador último modelo importado desde el mismo corazón de Tokyo hasta, un poco más allá, el alto edificio de oficinas monopolizado por la empresa a la que había vendido su alma, su casa, su matrimonio e incluso a la pequeña Satoko.
Tras su alarde de pulcritud nipona el señor Ueda sacó de su cartera un pequeño frasco que había adquirido de camino a su jornada laboral.
Vertió el combustible sobre su mesa, sobre el señor Yamamoto, sobre la señorita Kata y sobre mesas, plantas de plástico y papeleras.
En su cabeza sólo vibraban los acordes de cientos de números registrando el valor y la pérdida de él. Cuánto costaba la gasolina, cuánto la mesa. Cuánto la computadora del señor Komatsu si se hallaba rociada en aquel líquido graso. Cuánto devaluaría el edificio siendo ceniza y cuánto le costaría a la empresa la pérdida del personal que, en aquellos momentos, o bien le observaba atónito o bien recogía, en silencio, sus cosas, con la imperturbable expresión que, en Japón, podía llegar a significar desde "Quiero mantener relaciones contigo" hasta "No me toques. porque llevo un spray de pimienta en el bolso"; pero no, en este caso llegaba a significar, en la mayoría de los rostros un: Gracias a Dios que el chalado este nos va a librar de un día monótono más consagrado a la única deidad que debemos venerar.

Tras prender toda la planta 5ª de su edificio de trabajo, y calcular para su satisfacción las pérdidas totales de su empresa, el señor Ueda se dirigió a consumar su plan.

Una vez frente a la puerta del tercer retrete del aseo de señores de la planta cuarta -la quinta se encontraba en plena transmutación "material de oficina-cenizas"-, el señor Ueda abrió la ventana que se hallaba a su izquierda.
A lo lejos, entre el bullicio de la ciudad, no podía saber si se acercaba algún camión de bomberos o si se trataba de un atraco dos manzanas más allá.

***

Cuando lo encontraron, un piso más abajo que al resto de cadáveres pertenecientes, por supuesto, a la empresa, aún podían leerse en la sangre de su cabeza, esparcida por todo el compartimento, los números y cálculos de cada arremetida contra el retrete con el que había destrozado primero su cráneo y, posteriormente, su cerebro.


lunes, 10 de agosto de 2009

S u m m e r


La almohada oliendo a ti.
La piel hablando del tiempo.
Las pestañas corriendo, acarreando deseos, regalos.

La luz que se filtra por las persianas.
La hora de la siesta en la que jamás se duerme.

Calor.


sábado, 8 de agosto de 2009

Fairy Tales


Le vi alejarse por detrás.
En mi cabeza, de pronto, resonó la cantinela de un viejo amigo; uno de ésos que, tras prometerte que no se irán nunca, huyen.
Que buscaba un príncipe, decía. ¡Ja! Lo que buscaba era un cuento de hadas, los príncipes siempre me fueron indiferentes. Personajes secundarios sin los cuales no hay historia, pero, una vez están, pueden perfectamente desaparecer de escena o incluso prescindir de nombre, rostro y cualquier tipo de identidad.
Sí, necesitaba un príncipe, y quería una historia. No obstante mis preferencias literarias en materia de cuentos siempre han sido las brujas. Las brujas y los dragones. Las princesas también, pero únicamente como el decorado de un bonito e idílico paisaje.
Desde luego el locus amoenus está formado por olorosas flores, frescas sombras y cristalinas aguas, sí, pero también una princesa.
Sin embargo las princesas, como los príncipes, constituyen personajes secundarios, aunque estas se introducen en la trama por gusto propio (como quien compra unas rosas para su salón) y no por necesidad lingüística, como es el caso de la realeza perteneciente al sexo masculino.
Volvamos al comienzo de la publicación:
Le vi alejarse, por detrás, y pensé que era un buen príncipe, de esos que siempre te dejan pensando que quieres más, y sabiendo que, en el fondo, se trata de un sentimiento únicamente inspirado por su ausencia.

Muere joven y deja un hermoso cadáver.
Deberían aplicárselo todas las princesas.
Véase: Blancanieves.

Never Said


- Hola... ¿cómo va eso?
[Me gustaría preguntarte si sigues odiándote a ti misma como yo a mí]
- Bien, genial. ¿Tú que tal?
- Mmm (sonrisa).
[Espero que así sea... me alegro por ti. Te echo de menos. Últimamente lo echo todo de menos, tanto que tengo ganas de llorar.
No sé si tú pensarás esto, de todas formas, aunque te lo gritase, sé igual que tú que todo quedaría en eso: palabras. No recuerdo habértelo dicho antes, pero te quiero, a todos, porque soy gracias a aquel tiempo.
Lo echo de menos como sólo se puede echar de menos algo que desaparece en un océano]

Saludos de cortesía.
¿Qué más se puede decir?

lunes, 3 de agosto de 2009

Molinos de viento


Molinos de viento inclinándose ante el trigo.
Doncellas saltando de las más altas torres.
Dragones.
Que las devoran.
Carroña.

Fabienne, amor mío.
Ortigas y rosas,
pistolas, espadas.

Reinas hermosas de lenguas bífidas;
envenenadas.
Muertas.

Agua, más agua,
fiestas.

Agua, más agua, más agua.

Preparándonos para fiestas: Agua. Agua. Agua.

domingo, 2 de agosto de 2009

Humor de perros


- Sssh, se ha vuelto a quedar dormida.
- Deberíamos despertarla, sino pasará toda la noche en vela.
- Yo no me atrevo, despiértala tú...
- Se ha dormido por tu culpa, la has aburrido con tantas batallitas.
- Sí, pero a mí no me molesta así... se ve tan en paz.
- Ojalá. Pero dime, ¿la piensas soportar tú cuando te pida jugar en mitad de la madrugada?
- Bueno, vale, vale, ya la despierto, pero que sepas que casi prefiero no dormir a tener que soportar su humor de perros hasta la hora de acostarse.

La policía encontró los cuerpos destrozados del matrimonio en la cocina y el dormitorio respectivamente.
Por las cuatro esquinas del salón merodeaba una criatura enfurecida, de ojos enrojecidos y pies pequeños. Refunfuñaba aún con el pelo alborotado murmurando algo sobre la comodidad y metafísica de los colchones.

sábado, 1 de agosto de 2009

Tijeras, pelo, pasos, pasado.


Por mucho que me cortase el pelo no conseguía borrar el pasado.
Y no obstante aquello suponía una droga; una nunca salía contenta de la peluquería, siempre quería más y más corto, como si eso pudiese salvarla del abismo, como si aquellos mechones sobre el suelo pudiesen cubrir su pasado, sus pasos, sus pecados.
Cortarse el pelo era como el tiempo: un acto irreversible.
Volvía a crecer, eso decían todos, pero nunca se pisa el mismo suelo como nunca crece el mismo pelo...
Si se cortaba el pelo, dejaba encerrado un tiempo pasado.