Esperó mucho aquel día.
El reloj parpadeante de una farmacia saturada corroboraba la proeza de su paciencia: Once años, cuatro meses, ocho días, trece horas y veintisiete grados; esperó (eso sabía hacerlo) hasta que el cartel volvió a mostrar los minutos: trece horas y cuarenta y dos minutos.
Y era ese mismo local, la farmacia situada en el número cuarenta y tres, el lugar de nacimiento y desahogo de su rencor.
Mientras se iba acercando se cerró en torno al cuello la bata gris que había elegido para la situación. Sabía que aquel color resaltaría su ensayada palidez.
Aferró con fuerza el bote de píldoras con el símbolo de la farmacia impreso y, viendo su reflejo en las puertas de cristal al abrirse, se hizo hueco entre la multitud de compradores compulsivos de condones, ibuprofenos, prozac, viagras y demás maravillas del mundo moderno.
No se sentía del todo segura a pesar de haber preparado durante meses su gran obra, no obstante sentía el pecho burbujear, y aquello le inspiraba fuerzas.
Inspiró, expiró.
Sintió el líquido cálido subir; la tos anegar el pecho.
La sangre brotó con una facilidad sorprendente.
Entre combulsión y combulsión se dibujaba una sonrisa en su rostro ojeroso al observar la repulsión y el miedo en la mirada de los espectadores, atónitos.
No la reconocieron, ni su ex-jefe, ni sus ex-compañeros; sus ex-torturadores.
Nadie supo que aquella enfermedad en realidad era su propia creación, la maduración de su venganza.
Aquel era el precio por la victoria.
Como Sansón murió consumando su venganza, como murieron los filisteos.
Yahweh fue el nombre que le dio a su enfermedad, aunque los médicos se obstinaron en llamarla de otra forma, siempre con las palabras "poco tiempo" y "mortal" a modo de anexo.
1 comentario:
Guri se sentó en la parada de autobus. No había nadie despierto a esas horas...incluso los insomnes había caido rendidos abrazados a un libro.
Abrió su libreta con las puntas desgastadas...llena de recortes y dibujos con toques barrocos y del rococó. Y allí descargó toda su frustración y su rabia, propias de una juventud aderezada con absenta y besos esquivos.
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