Le pegó una bofetada.
Tampoco era nada del otro mundo. Es verdad que había sido muy criticado aquel modo de didactismo, no obstante, si era en privado, se seguía practicando el método Si-vuelves-a-gritar-te-pegaré-una-bofetada.
Pero Marta, hasta ese momento, parecía estar bastante segura de sus derechos civiles, los cuales la eximían de un castigo peor que el ya desgastado: Si-no-te-los-comes-ahora-los-tendrás-para-cenar.
¡Ja! Como si los garbanzos pudiesen mantenerse en un estado óptimo el tiempo suficiente como para que ella pereciese de hambre (antes la inanición que la derrota). Su madre podía, haciendo alarde de una astucia, únicamente capaz de engendrar una madre, volver a cocinar aquel repulsivo potaje que ni merecía el nombre de alimento. Sin embargo, y de eso estaba segura, aquel castigo la llevaría a la muerte, cosa que era aún peor que el hecho de abofetear a una menor... y sobre todo a una menor con una cara tan hermosa como la de ella.
Marta aferró con fuerza la cuchara. Gritó aún más fuerte. También sonreía, victoriosa. Podría reprochárselo durante años y años.
En aquel momento su madre rompió a llorar, lo que ensanchó la sonrisa interior e impulsó sus berridos tres escalas más arriba.
La madre se quitó el delantal. Retiró el plato de su hijita y, abriendo la ventana que daba al patio interior, cinco pisos más allá, saltó.
6 comentarios:
O.O
Jodido poder de convicción el de los garbanzos.
Grande, comos siempre =)
PWND. Me encanta. Pero me da pena por la mujer.
Los niños también me desquician a mí.
Viva Marta y sus ganas de luchar U_U
genial
dios, me encanta
Oye, que si eso, hay chococrispis en el armario, tampoco hay que llegar a las manos...
Y tal.
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