La bondad era algo relativo.
A veces la bondad eran trampas de doble filo.
Granadas, la fruta que nos ató al infierno.
Quería ayudar porque ya estaba en el suelo,
pero me habría reconfortado ser aquella sobre todas las cabezas.
Fueron solo tres granos de granada
para convertirse la reina del inframundo;
un precio muy alto
o muy bajo,
según se mire.
Todo es siempre algo relativo.
Las palabras, los sentimientos...
La única certeza es que estamos todos rotos
y todos daríamos cualquier cosa por levantarnos.
Pero lo demás es relativo,
cualquier cosa no es siempre lo mismo.
La bondad es relativa,
la maldad es relativa.
Todos hemos estado heridos.
Agresores y agredidos.
¿Cómo íbamos a aprender a parar?
Y sin embargo aquí estamos,
algunos quietos y otros en movimiento.
El progreso es relativo,
la victoria es relativa,
la derrota es absoluta
pero sus sentimientos y consecuencias:
relativos.
Quizás no seamos buenos siempre,
puros siempre,
nobles siempre...
Quizás a veces daríamos cualquier cosa
porque fuesen otros los que están
siempre abajo.
Pero, en esas circunstancias, lo único que nos hace humanos
(absolutos)
es la capacidad de sacrificarnos,
la bondad,
aunque relativa.
Dar algo por alguien
que quizás lo merece
o quizás no.
Dar algo por alguien
que quizás te hunda
más y más.
Y, al mismo tiempo,
te permita levantar la cabeza
para tomar aire
un nuevo día.
El silencio,
el tiempo de saber quién eres
qué has hecho
cuántas veces has dado
más de lo que podías,
querías,
debías.
Eso,
eso es absoluto.
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