sábado, 2 de agosto de 2014

Almas

Las ocho de la mañana,
la hora que nunca debió ser.
Las ausencias se dan en el frío blanco
de una mañana de verano que se ha cansado de ser
y ahora quiere sentir
otoño.

Teníamos mil planes y mil sueños antes de romper nuestros cristales.
Siempre pensamos que una porción de tierra y de cielo
nos correspondía por derecho.

Pero las ausencias se dan en el frío blanco.
Y una vez has pecado, manchado,
sabes todo sobre lo poco que vale
la pureza de lo inmaculado.

Los trucos de la sangre,
para empujar y hacerse paso.
Las salpicaduras como un camino
de húmedas y rojas
migas de pan.

Rasgamos nuestro mundo,
pensando que merecíamos algo mejor
de lo que habíamos hecho.

Y probablemente,
en estos momentos del día
se haga dolorosamente palpable
aquello de que nada es verdad
más que los errores de uno
repitiéndose una y otra y otra vez,
en un millón de almas,
que mueren de frío
a las ocho de la mañana.

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