sábado, 23 de agosto de 2014

No need of heaven

Después del fuego siempre quedaban solo el humo y las cenizas
que caían perezosas como si fuesen nieve.
Nos refugiábamos en cualquier lugar,
juntos, sucios y tosiendo.
Nos abrazábamos
viendo nevar los restos de aquel paraíso
que acabábamos de volar.
Aún teníamos tú la mecha y yo el mechero.

Y entonces, a través del humo,
en mitad de ese mundo de oscuridad
y brasas,
empezábamos a reír
o nos quedábamos dormidos,
el uno sujetando al otro,
o nos besábamos
hasta que dejaba de nevar.

Teníamos esas manos y esa voz,
quizás la maldición.
Cada vez que pisábamos la tierra prometida
las briznas de verde y fresca hierba
a nuestro alrededor
comenzaban a arder,
como cientos de velitas de cumpleaños
esperando extinguirse
llevándose nuestros deseos.

No estábamos hechos para el paraíso.
Por más que corríamos y corríamos,
no llegábamos a aquellos prados verdes y tranquilos,
donde descansaban los mansos.

Con el pelo de fuego,
el pecho de fuego,
los ojos de fuego,
la lengua de fuego...

No estábamos hechos para aquel lugar
que prometía ser el hogar
donde descansar.
Y, sin embargo, reíamos entre los jirones de humo,
dormíamos entre los escombros,
amábamos sobre y bajo las cenizas.

Porque no estábamos hechos para el cielo,
estábamos hechos para nuestro pequeño mundo,
para nuestros días de caos,
nuestros días sábanas,
nuestros besos
y nuestras manos,
buscándonos.

No necesitábamos el cielo
si nos teníamos a nosotros.
No había nada más que encontrar,
nada más que cuidar.

Vivíamos del humo de incendios ajenos,
de la lluvia,
de la nieve de nuestras vidas pasadas,
del oxígeno que nos daba el otro.

Y de eso hace un año.
Ya deberíamos haber dejado de buscar
las puertas del cielo
porque no se puede encontrar el lugar
al que ya has llegado.




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