viernes, 22 de agosto de 2014

impuestos

Dejó que el agua le cayera sobre la espalda. El vapor generado por el calor hacía que fuese difícil respirar. Era como intentar beber por los pulmones; el oxígeno se colaba en delgadas aspiraciones. Ahí, sentada, se sentía como una bola de papel arrugada y húmeda en un cuarto de baño público. Los pliegues de su cuerpo, uno sobre otro, parecían derretirse cada vez más y más. El agua le entraba, caliente, en uno de los oídos. El mundo se había convertido en vapor, el sonido de la electricidad estática y su piel rota y floja.
Decían que en el eco del ruido blanco resonaba aún el ruido de la gran explosión. Supuso que era justo acabar como se empezó. Ella hubiese preferido el sonido del sol en otoño, pero el ruido blanco seguía siendo una opción mejor que el silencio del fondo del océano.

No hay comentarios: