jueves, 31 de julio de 2008

Tarde de domingo, manta y patadas en el sofá

Siempre pensé que el domingo era el peor día de la semana; con aquellas mañanas densas, las comidas pesadas y las tardes interminables, blancas, de un blanco cegador. El día del señor. Aquel en el que todos esperaban -esta vez sí- sus milagros, tomándose el día libre justo cuando comienza la jornada del Creador.
Luego llegaste tú, con una brocha despeinada, queriendo pintar de colores mis domingos, a veces rojo, a veces verde, a veces más blanco que el inmaculado del cielo cuando va a llover.
Recuerdo aún poder oler la arena por muy lejos que se encontrara la playa, y escuchar tu corazón por muy frías que estuviesen tus manos.

Era una tarde de domingo. Una de tantas.
Y tú viniste a cambiarle el sabor, con una manta vieja, casi tan vieja como tu pincel, nos instalamos en el sofá.
La luz flotaba en la habitación, y nuestros pies se estiraban hacia ella, buscando un poquito de calor. Por primera vez en años no se oía nada, nada más que el roce de la manta sobre tu piel, el crujir de la tela el desplazarse sobre la tela. Y el olor de tu pelo, el olor de tu pelo anegaba cada resquicio del sofá. Tanto que en ocasiones creí que el sofá eras tú, y tú sólo una quimera nacida de mi ilusión. Estábamos tranquilos. Tú, casi dormido. Yo, mirándote casi-dormir.
Y entonces lo hice, de nuevo, sin poder contenerme, pataleé con todas mis fuerzas -que eran pocas, y acostumbraban a provocarte más ataques de risa que dolor-. Tú abriste los ojos, sobresaltado, luego hincaste un codo entre mis costillas para que me mantuviera quieta. Entonces me quejé y procedí a presentarte la situación.
- Mi gordo culo no entra en el sofá. Quita -expuse mientras colonizaba el sofá poco a poco, empujón a empujón.
Tú reclutaste todos los cojines que eras capaz de sujetar con ambas manos y comenzaste tu ataque de plumas. Luego, una vez volví a mis orígenes, enfurruñada, mascullando algo a cerca de "mis necesidades", tú, como penitencia, apoyaste tu cabeza sobre mi hombro, dejando que éste sostuviese todo el peso.
- Tu gran cabeza me va a cortar la circulación -gemí mientras me compactaba aún más en mi lado del sofá, dejándote caer.
Tú sonreíste, nunca te enfadabas a pesar de mis patadas, mis declaraciones de guerra y mis quejas, y yo, en cambio, te perdonaba el desinterés y las huidas.
Una vez te cercioraste de que ya no tenía escapatoria volviste a apoyarte contra mí, y yo, suspirando, acaricié mansamente el óvalo de tu rostro, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, la derrota me sabía mejor que mil victorias.
Entonces el tiempo se detuvo.

Lo recuerdo como si fuera ayer. Y tú, lo recuerdas? Durante estos últimos años muchas veces me he preguntado qué habrá sido de ti. A dónde fuiste o si aún conservas aquella costumbre de pintar los domingos de colores.
Muchas veces pensé en buscarte, para hablar de aquel domingo, para ver si tú recuerdas cómo acabó, porque, por lo que a mí respecta, tú y yo seguimos ahí, en aquel sofá, en nuestro pequeño imperio de tardes de domingo, mantas y patadas. Si guardas como yo hago el sabor de cada beso prometido, para cobrártelos todos a una el día en que nos volvamos a ver, para despedirnos como dios manda, y no como mandaban tus ateos domingos, en los que, por romper la norma, tú trabajabas como pintor, y yo como escritora.
Te echo de menos, porque le robaste un día a la semana, porque te adueñaste del sofá por completo, y de todos sus habitantes, incluida yo, porque te llevaste cada cuadro y sonrisa, porque paraste mi reloj y se te olvidó enseñarme a vivir sin ti, porque nadie ha vuelto a ganarme en una guerra de patadas, porque las lágrimas queman demasiado, y ya no quiero seguir aquí, esperándote regresar tal y como llegaste la primera vez, sonriente, despistado, hablándome de cómo pretendías cambiar el color del domingo, reinventarlo. Porque me prometiste la luna cuando yo sólo te quería a ti. Y es que no supe ver que tú eras más difícil que obtener la luna, que tu presencia iluminaba las noches más que ésta. Me prometiste la luna para que, en tu ausencia, aún pudiera ver el sofá y sus colores, y tu olor, tu olor trepando por las paredes.
Te echo de menos, te quiero. Pero sólo están aquí para escucharlo las tardes de domingo, el sofá, la manta y las patadas, lanzadas al aire. Porque tú ya no estás.

3 comentarios:

Yuki, Lord Nieve dijo...

con... con lo bonito que era...
eres cruel >.<

Anónimo dijo...

¿quién es el pintor...? XDXD
te expresas muy bien con las palabras; me ha gustado ucho este texto ^^

Anónimo dijo...

estoy con yu... con lo bonita que era la idea de domingo de patadas en el sofa...
aun asi, es precioso... ^^