Podría vivir así, y no dejaría de sentirme mal de vez en cuando, o de tener miedo a esos silencios de espalda y normalidad. Pero cinco minutos en esta mañana lo compensarían todo. Tratando de no hacer ruido, antes de que empiece el día y tengamos prisa por vestirnos, desayunar, salir y hacer una vida normal que señale que el verano ha acabado. Podría vivir así. Envuelta en una toalla, con la música suave y el cielo amaneciendo. Viendo como descansan los engranajes de mi vida, el engranaje de mi vida.
Salir de casa con los fantasmas bajo las suelas de los zapatos, y la cabeza erguida, para estar a la altura de tu propia vida. Para brillar tan fuerte que puedas cambiarlo todo de color. Aquello del sufrimiento opcional y de no estar solo. Todo a la vez, para derrocar los días grises que esta ciudad de piedra regala a veces, sobre el pecho.
Y todo esto que no se puede explicar, porque no puedo ordenarlo ni yo. A veces la vida duele y lo único que puedes hacer es sentirlo. Pero a veces también la vida cura, y lo único que puedes hacer es sentirlo. Y se siente así, como una mañana viendo a otra persona dormir, con la luz blanca de otoño queriendo ganar terreno. Como no estar solo en medio del mar, de la tormenta, cuando todo parecía tan lejos. En el momento justo. Despertar y moverse de puntillas.
No se puede explicar, solo sentirlo. Y es que ojalá se parase el tiempo y ojalá siga siempre adelante; como un niño en un parque de atracciones, que no sabe ni hacia dónde mirar, de tanto que ver. Como cuando creías que era el final y el destino bajo la piel, y vienen a drenarte el veneno y a insuflarte una verdad que no duela nunca más.
No sé si me explico, da igual.
Buenos días.