miércoles, 11 de septiembre de 2013

La sangre que brama

Todas esas personas que quieres,
que sufren,
que tienen el pecho abierto.
Y tú estás ahí, de rodillas.
Con las manos en la herida,
sangrando.
No puedes hacer nada.
Hace tanto que les duele que ni te ven,
ni te sienten.
No porque no quieran,
sino porque están lejos,
a oscuras y en silencio.
Ya se están yendo,
se los llevan sus demonios.
Lloras, gritas,
nada sirve para curar.
Solo se puede estar,
agarrando una mano ausente,
como si creyeses que eso
puede solucionar algo,
como si calmase la sangre que brama.
Y es ese dolor que se siente,
la impotencia,
no es que no seas suficiente,
es que ni es tu guerra,
ni tú valkyria.
Ya, piensas, lo único que queda,
lo único que puedes hacer,
es quedarte quieta, en silencio,
de rodillas, en el barro
o con el agua al cuello.
Sentir ese dolor,
porque tú también lo tienes
y no puedes dejarles solos.

Te quedas ahí,
de rodillas,
como si de pronto,
en un acceso de fe,
rezases.

No pintas nada,
no puedes hacer nada.
Pero estarás.
Es lo único que queda,
incluso cuando sientes a cada paso
que no es tu lucha,
es lo único que te queda.



No se puede salvar a nadie,
porque cada uno se salva a sí mismo.


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