martes, 3 de septiembre de 2013

Nudo en la garganta

Multiplicados los doce trabajos de Heracles,
con la espalda llena de heridas que curaron
y ahora son recuerdos,
momentos,
aullamos.

Superé el abismo y el deseo de derrota.
Superé la batalla propia, para tener la fuerza suficiente
como para sujetar el escudo, y no dejarlo caer.
Destruí mi vida, y maté al inocente,
siendo yo el enemigo.
Y logré tragar el nudo de mi garganta
para poder sobrevivir un día más
y quizás así encontrar la luz
que consiga hacerme creer que merezco
aún
poner mis pies sobre este suelo.

Superé las sombras ajenas,
y logré no morir de frío en las propias.
Las mil pruebas, todas autoinflingidas,
y ese miedo que me hacía huir
de la manera más dolorosa posible
fracturando mis alas al chocar con todo.

Y pude escribir las palabras más bellas,
esas que tanto me cuestan,
sobre todo cuánto más las recreo,
porque me dan el pánico y la sensación
de vulnerabilidad
de quien habla en soledad.

Pero mírame ahora,
de rodillas,
doblegada por una ciudad
y sus recuerdos de cadáveres que saben mi nombre.
Llorando,
con el frío del que vive con, al menos,
un frente de mar.
Porque siento que estoy tan lejos
que se escapa el sol.

Porque la vida se va sin mí
y yo finjo dormir
para que no me vean llorar
y digan que no perdí.

Superé los doce trabajos,
multiplicados.
Y ahora me rompe el pecho
esta ciudad de distancias e historias.
No puedo estar más aquí

(y estar menos allí).



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