Me sigue doliendo la cabeza.
Y ya no me gusta el juego del amor.
He perdido tanto...
Todo arde
arde
arde
arde
Arden los domingos y 300, Gladiator,
arden mis dragones, los tuyos,
todas las páginas que escribí.
Arden mis sueños, aquellos tan dulces, entre la vigilia y la muerte.
Arden mis besos, mis manos y pestañas.
Arden las cosquillas y las mantas.
Sobre todo las mantas.
Y arden todas las palabras, todas las promesas.
Pero lo que más duele, entre las quemaduras y las llagas, las cicatrices,
entre todo eso, duelen las ausencias.
Y el consumirme sola, esperando el renacer de los dragones mientras me pierdo entre mis cabellos y se ensancha mi sonrisa. Todo se agrieta, de la piel a los cimientos.
Y es que las lágrimas se evaporan en el pensamiento, y el corazón se calma con lenguas rojas.
Es que todo está en llamas, y me doy cuenta, tarde, de que
no soy ave fénix ni flor de loto.
Arden mis recuerdos, pero las cenizas permanecen, agónicas.
Pierdo a los que más me quisieron, los echo.
Y quedo más sola, más tortuosa, más torcida y más cerrada.
Como las casas en ruinas.
Vacías.
Vacías.
Me gustaban los dragones.
Son esa gente que tienen la piel cálida, la de los brazos.
1 comentario:
yo te ayudo a apagar esas llamas..
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