domingo, 26 de enero de 2014

Mi corazón, que lo perdí en un mes de mayo

Después de la devastación, en mitad de las ruinas y con la cara manchada, pensé cómo podría quedar nada.
Me miré la herida del pecho en la que había intentado meter todos los personajes de cuento,
deshechos.
Era el camino equivocado. Y lo que creí la sombra del tejo no era más que aliento
de noches de invierno.
Poco a poco las flores congeladas fueron despertando
y no pudieron aguantar más.
Se murieron sobre sus charcos de marzo
y bajo sus cielos blancos.

Después de mil veces hecho adulto, el corazón, seguía mirando en dirección contraria.
Y yo nunca había tenido alas,
ni siquiera pies, para ir tan lejos como para huir del frío y sus casas viejas y vacías.
Me arrastré por el barro para ver si encontraba las semillas del árbol
mil veces sagrado.
Y solo encontré espinas y piedras; por ahí ya había pasado
y había vomitado la vida.
Buscaba un color concreto,
ese dorado del cielo, las últimas tardes de frío.
Buscaba caer y morir en las luces de un mes de mayo.
Se devorada por flores y sol.

Porque, a veces, después del fuego y las ruinas,
de los gritos de pechos adentro,
¿como volver a atreverse a nada?
¿Cómo poder creer en nada más allá de la realidad y sus sábanas heladas,
y sus cielos grises y mudos?

Y entonces, después de tenderme en el suelo y dejar que todos me confundiesen con sus baldosas amarillas. Llegaste tú, con tu sol de las tardes de primavera.
Con tus noches cálidas y tus cielos llenos de estrellas.
Sin saberlo,
sin tener ni idea.
Llegaste tú con tu cama y tu mes de mayo, con tu forma de mirar y de verme.
Llegaste y yo solo podía echarme a llorar.
Como se llora después de mucho tiempo sin ver el mar. Como sobrecoge el cielo
preñado de estrellas y tanta vida no se puede abarcar.
Como se llora después de mucho tiempo sin ver el mar, supe que venía de ahí
de algún lugar que brama y golpea la roca,
de algún lugar del color de tus ojos.

Llegaste tú robándome los escombros en un mes de mayo.
Usando mis piedras para construir muros. Haciéndome un hueco entre tus papeles,
y tus pesadillas inominadas.
Dándome una cama, una charla, una vida, un alma.
Llegaste tú, y tu maldito sol de mayo,
sembrándome el espíritu resquebrajado
del dorado del cielo, en las tardes de primavera.
Con ese calor y frío. Y esas noches de verano.
Llegaste obligándome a seguir. Legándome tu camino. Dándome las llaves de tu casa.
Y jurando que te extinguías.

Llegaste como el rayo que se pierde:
Querías salvarme y no tenías pensado sobrevivir.
Pero hiciste vida de mis ruinas,
recogiste mi corazón y dibujaste plumas sobre sus huecos.
Yo no alcé el vuelo,
y tú sobreviviste a tu infierno.

Así de simple.

Tenía mi armadura de plumas
y tu sol de primavera.
Tu casa, tu voz.
Tus sonrisas, siempre, al principio, tan estrechas.
Te tenía a ti, diciendo que mis cicatrices no eran feas.

Y ahora miro hacia atrás,
a cuando pensaba qué quedaba, después de las ruinas y el miedo,
y tengo esas ganas de llorar
del que se reencuentra con su mar tras muchos viajes de corazón roto,
del que, en mitad de su abril, llega a otro puerto, y le golpea en el pecho
la luz
de las tardes de la primavera.








2 comentarios:

Ren dijo...

Te quiero.

Ren dijo...

Te quiero más que a nada.